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Actualizado: 19 de junio de 2025
El es el consuelo de mi alma, Señor, y el único apoyo de mi vejez desdichada. ¡Ay! Sí... Dejadme, por Dios, que a buscar a mi hijo vaya, y a esos hombres tan crueles decid que mal no me hagan. GUZMÁN. Me hace sospechar, don Nuño. NU
Negósela Sancho, y mandó que se levantase y dijese lo que quisiese. Hízolo así el labrador, y luego dijo: -Yo, señor, soy labrador, natural de Miguel Turra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real. ¡Otro Tirteafuera tenemos! -dijo Sancho-. Decid, hermano, que lo que yo os sé decir es que sé muy bien a Miguel Turra, y que no está muy lejos de mi pueblo.
REY. No era, porque su miedo Le dirá que sólo puedo Llamarme Yo en esta parte. Sale CELIO. CELIO. A don Tello, mi señor, Dije cómo Yo os llamáis, Y me dice que os volváis, Que él solo es Yo por rigor; Que quien dijo Yo por ley Justa del cielo y del suelo, Es sólo Dios en el cielo, Y en el suelo sólo el Rey. REY. Pues un alcalde decid De su casa y corte. CELIO. Túrbase. Iré. Y ese nombre le diré.
Decid más bien: ¿quién espera, quién se desespera, quién tirita, quién se remoja, quién está en batalla descomunal con el sueño, esperando á un trasnochador insufrible? ¡Cuerpo de mi abuela, que bien son ya las dos de la mañana! ¡Don Francisco! exclamó admirado el joven ; ¿qué hacéis aquí? Esperar para deshacer. ¿Para deshacer qué?
Y volviéndose a uno de los criados: Decid que pongan el cupé, en seguida. No, señorita, no, os ruego. El aire libre me calmará... tengo necesidad de caminar... dejadme partir. ¡Partid, pues!... Pero no tenéis abrigo... Tomad este chal para cubrios. No tengo frío... mientras que vos... con ese traje... parto para obligaros a entrar.
Isagani, rojo de emocion, contesta con un tímido saludo; Juanito se dobla profundamente, se quita el sombrero y hace el mismo gesto que el célebre cómico y caricato Panza cuando recibe un aplauso. ¡Mecáchis! ¡qué chica! exclama uno disponiéndose á partir; decid al catedrático que estoy gravemente enfermo. Y Tadeo, que así se llamaba el enfermo, entró en la iglesia para seguir á la joven.
Id y decid á doña Clara Soldevilla, mi menina, que venga dijo la reina, haciendo un supremo esfuerzo para que no se trasluciese en su semblante la agonía de su alma. El padre Aliaga se puso literalmente malo. La condesa de Lemos dejó caer el tapiz de la puerta de la cámara. Sólo una casualidad podía salvar á la reina de ser cogida de una grave mentira por el rey.
Sería la última degradación á que podía sentenciarme vuestra debilidad, el que yo no pudiese retener una de mis meninas en mi servidumbre. A propósito; es ya demasiado mujer para menina, y voy á nombrarla mi dama de honor. ¡Y quién lo impide! Nadie... pero os lo aviso. Enhorabuena: decid á doña Clara que yo la regalo el traje y el velo y aun las joyas, para cuando tome la almohada.
REY. Escuchad vos, labrador: Aunque todo el mundo os pida Que digáis quién soy, decid Que un hidalgo castellano, Puesta en la boca la mano Desta manera: advertid, Porque no habéis de quitar De los labios los dos dedos. PELAYO. Señor, los tendré tan quedos, Que no osaré bostezar. Pero su merced, mirando Con piedad mi suficiencia, Me ha de dar una licencia De comer de cuando en cuando.
Surgiendo en la puerta, don Fernando observó severamente a su alegre consuegro: ¡Pero vizconde! Os olvidáis de vuestro rango... ¡Un francés no se olvida nunca de su rango ni en los torneos ni en las batallas! Sois un embajador y parecéis un juglar... ¡Y vos sois un grande de España y parecéis un fraile mendicante! Me insultáis... Decid más bien, ¡nos insultamos!
Palabra del Dia
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