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Es mi soldado Arnaldo, que marca el lugar donde cayó mi dardo y sabe que allí nada tiene que temer de vos, dijo el ballestero. ¿No? ¡Pues que Dios lo perdone! exclamó Tristán tendiéndose de nuevo en el suelo, afirmando los pies y tirando de la cuerda hasta hacer crujir el arco. ¡Allá va!

Yaguatatí en un punto embravecido Como toro muy bravo de Xarama, Entre los españoles se ha metido, Y sálele al encuentro Valderrama, Y Osuna, de los cuales mal herido Los dientes rechinando, bufa y brama, Y dice: por matarme satisfechos No vais; y mete el dardo por su pecho.

La causa principal de la retirada había quedado oculta. El rey procuró y logró que se ocultase para que su gente no desmayara. Un dardo enemigo había atravesado su muslo derecho. De la honda herida manaba mucha sangre, y el rey apenas podía tenerse en pie.

Fué creada sin duda, como la madre misma nos lo ha dicho, para que fuera también una retribución; un tormento de todas las horas; un dardo, una congoja, una agonía siempre latente en medio de un gozo pasajero. ¿No ha expresado ella este pensamiento en el traje de la pobre niña, que de una manera tan eficaz nos recuerda el símbolo rojo que abrasa su seno?

Debajo de la espaldilla izquierda, fué lo único que dijo su matador, adelantándose á recobrar su dardo. Á perro viejo no hay tus tus. Esta noche podrás emborracharte con el mejor vino de Southampton, dijo el personaje á su impasible ballestero. ¿Estás seguro de haberlo despachado? Tan muerto está como mi abuela, señor. Corriente. Ahora al otro bribón.

Los verdugos se armaron con rajas de leña, y Ramiro advirtió que el hierro de una alabarda acababa de alzarse todo rojo de sangre. Sin embargo, un labriego logró llegar hasta la morisca y asestarla un garrotazo en el hombro; una vieja la hincó por la espalda la hoja de una tijera atada a un carrizo; un dardo, venido quién sabe de dónde, se le clavó en el costado.

Madona crepuscular que de nostalgias te vistes, cuando, tristes, caen las rosas del otro lado del mar; Madona, que, si pasas sobre el camino del hombre, dejas en toda frente prendidas las tenues gasas de unas "saudades" sin nombre; ¡Madona! ¡Madona mía! la de los ojos cargados de resplandores violeta, fuente de melancolía del poeta; tiende tus pálidas manos al que en tus velos de reina clara un dardo de ironía, porque no entiende tu culto ni sabe de tus arcanos, ¡santa mía!

Cada día se sentía más sola, más abandonada y ya empezaba a pensar que había sido injusta con el Provisor pensando de él tan mal y dejándole huir desesperado con aquellas sospechas que llevaba clavadas en el corazón como un dardo envenenado. «¿Por qué ella no había sentido más aquel desengaño, aquella profanación de una amistad pura, desinteresada, ideal?

El mismo orgullo detuvo el curso de sus pensamientos amargos con esta consideración: ¿Por qué dar asenso a lo que el anónimo decía? ¿Por qué no suponer que se trataba de una vil calumnia con que algún enemigo quería envenenar su existencia? Mas el dardo había entrado tan profundamente en su corazón que no podía arrancárselo.

Los indios de América, que son todavía salvajes, atraviesan al pez que pasa con su ayagaza ó el dardo salido de su cerbatana, con una seguridad admirable. Además, los arroyos y los ríos estaban en otro tiempo bastante más ricos de peces que en nuestros días.