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Pero, criatura, si usted no acaba de declararse. ¿Quiere usted que tengamos el cargo de conciencia de verle escaparse por la corbata el día menos pensado por falta de cuatro palabritas? Bueno, pues déjeme usted escaparme. Ni a usted ni a nadie le ha de venir ningún perjuicio por eso... Acaso valdría más que sucediera añadió por la bajo, con voz conmovida y pugnando por detener las lágrimas.

No me trate usted de exclamó, mirándome con ojos chispeantes de furor . Yo no tengo ya nada que ver con usted... Márchese usted y déjeme el alma quieta... Asombrado, dolorido, sin saber lo que me pasaba, traté de hacerla entrar en razón. Todo era inútil. No me escuchaba.

Aquí todos roban... Debo de parecer un San José; pero no importa... 'Yo no juego a la lotería; déjeme usted en paz'. ¿Qué me importará a que sea mañana último día de billetes, ni que el número sea bonito o feo...? Se me ocurre comprar un billete, y dárselo a Guillermina.

Por otra parte el hecho no me molesta lo más mínimo. Tragomer se detuvo en el segundo al oir en el piso de arriba violentos gritos. Oigo chillar, como dice la señora del perol; señal de que nos aproximamos. Subieron otro tramo empinado como una escala. ¡Uf! exclamó Marenval. Este es un tercero que vale por dos. Déjeme usted tomar aliento, Tragomer; usted trepa como una ardilla...

Déjeme usted decirle ante todo que, hace un momento, cuando acababa yo de escribir, ha llegado Máximo. ¡Qué placer el volverlo a ver! Me ha dado las dos manos con efusión, y después, vuelto ya mi padre, se ha dirigido exclusivamente a él para contarle el éxito de sus conferencias y todos los detalles del viaje.

, ; usted siempre encuentra una excusa para cualquier bien que hace. Hullin, es usted muy machacón; déjeme usted tranquila y no me alabe más. ¿Acaso estos hombres no tienen necesidad de comer? ¿Acaso pueden mantenerse del aire? ¡Con lo que alimenta el vientecillo que se deja sentir y con el frío que hace!: corta la piel como una navaja.

Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote: -Por amor de Dios, señor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino déjeme con mi desgracia; que no será tanta, que no sea mayor la que me vendrá de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.

¡Oh, señor camarón! ¡oh, señora maga! ¡déjeme que le bese la patica izquierda, la que está del lado del corazón! ¡déjeme que se la bese!

Mira, chica, mira a aquel señorito cómo se lleva a esos pobres niños... El hijo del brigadier sintió un dulce estremecimiento de gozo al escuchar aquellas palabras: y siguió triunfante con los dos niños. Pero en la esquina de la calle del Prado sintió unos pasos precipitados que seguían los suyos y oyó que le decían: Caballero, déjeme V. llevar uno de esos niños. La voz era conocida.

¡! respondía el otro, mirando a Pomerantzev con sus grandes ojos tristes y extrañamente profundos. ¿No abren? No respondía el enfermo. Su voz era débil, suave, como un eco, y tan extrañamente profunda como sus ojos. ¡Déjeme usted, voy a abrir! decía Pomerantzev. Y empezaba a empujar la puerta, a forzar la cerradura; pero la puerta no cedía.