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bien lo que le han contestado: «En tierra veremos; aquí, ni por dos mil, ni por tres mil...». Déjeme tranquilo; no me... jorobe rugió el comerciante . No se ocupe más de . Y separándose con un rudo tirón, se metió en el café en busca de sus amigos. Maltrana se detuvo en la puerta.

Apenas hubo cogido Fortunata la escoba, entró Severiana, y que quieras que no, se la quitó de las manos. «No faltaba más... señorita. Se va usted a poner perdida...». Por Dios, déjeme usted que la ayude. ¿Quiere que le haga el almuerzo a su marido? ¡Qué cosas tiene...! ¡Ay qué gracia!... ¿Cree usted que no ?... La tortillita en la fiambrera, y el pan abierto con la sardina dentro.

Acuéstese usted, duerma si tiene sueño, y déjeme a , que yo lo que tengo que hacer. No dependo de nadie, ¿estamos? Soy dueña de mi voluntad, ¿estamos?». La determinación firme que revelaban estas palabras llevó al bendito D. José a las más elevadas regiones del pasmo, del aturdimiento, de la confusión.

No me diga una palabra, déjeme, voy a entrar en la iglesia. Voy a rezar ahora que todo el mundo se ha ido. No, no me diga una palabra, no podría resistir, ahora, una palabra suya. Y corrió, muy alterada, hacia el interior del templo. Un hombre de cabeza crespa y rojiza, vestido con traje de pana, andaba apagando los cirios en el silencio de la pequeña nave.

Todas las dulzuras que usted la dedicaba me recordaban los artificios en que yo misma me dejé coger!... Si usted ama á Herminia, pierde el cariño de su tutor ... Vea, pues, si no es mejor que no vuelva usted jamás.... Déjeme usted al menos hablarle ... explicarle.... dijo Mauricio con calor, sin observar que, muy diestramente, le acababan de entregar Herminia. ¡No, nada, no vuelva usted!

EVARISTA. ¿Pasamos a casa? PANTOJA. No: déjeme usted que respire a mis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor, el gentío... EVARISTA. Haré que le traigan a usted un refresco... Balbina! PANTOJA. Gracias. EVARISTA. Una taza de tila... PANTOJA. Tampoco. EVARISTA. No hay motivo, amigo mío, para tan grande aflicción.

Todo aquello añadió el Magistral después de presentarlo en resumen de puro peligroso rayaba en pecado. Es que yo no lo entiendo como usted lo dice, sino como usted lo siente, amiga mía, es necesario que usted me crea; lo entiendo como es.... Pero así y todo, hay peligro que raya en pecado, por ser peligro.... Déjeme usted hablar a , Anita, y verá como nos entendemos.

Cuando iba a tomar gusto por los placeres prohibidos, es él quien me ha vuelto al de los placeres permitidos... Y si su mujer no es hoy una mujer mundana, es quizá a él a quien lo debe usted... y quiere usted matarle, ¿es eso justo y honorable? Diga. Justo o no, haré lo que pueda; se lo prometo; vamos, déjeme.

Si me decidiese yo a ser novia de usted, sería por considerarlo bueno y honrado, y en vez de ocultarlo como fea mancha, lo pregonaría y lo dejaría ver a todos con más orgullo que si enseñase una joya, jactándome de ello, en vez de andar con tapujos. Ya sabe usted modo de pensar. Nada más tenemos que decirnos. Ahora, lo repito, váyase usted y déjeme tranquila.

JESSY. Sautriot mostróse encantado. Fué a recomendarme a la señora Grattemimi, directora de las Locuras Medianas. ¡Esto debió costarle mucho...! TALMA. ¿Supone usted que esa dama le pediría dinero...? JESSY. ¡Déjeme continuar...! Esto debió costarle mucho trabajo, porque a él no le gustaba relacionarse con la gente de teatro.