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Actualizado: 20 de junio de 2025
D. Valentín, muy afligido y lloroso, y no menos humilde, contestó que nada tenía que perdonar; que él era el culpado, pues no había sabido hacer dichosa á una mujer tan santa y tan buena. El rostro macilento de Doña Blanca se tiñó entonces de ligero rubor. Sus labios exhalaron un triste suspiro.
Tan vehemente encontró el pueblo la alocución del joven ministro, que todos creyeron que Ester pronunciaría el nombre del culpado, ó que bien éste mismo, por elevada ó humilde que fuera su posición, se presentaría movido de interno é irresistible impulso y subiría al tablado donde estaba la infeliz mujer. Ester movió la cabeza en sentido negativo.
Esta informalidad inexplicable, puesto que no se dió razón alguna que siquiera la disculpara, merecía seguramente, cuando menos, alguna agria censura y justa reconvención; pero ni aun ese desahogo fué permitido al atónito traductor, por cuanto el editor comenzó su discurso de entrada diciéndose á sí mismo todo lo que en otro caso le hubiera dicho el traductor, y ya se sabe que, cuando dos se proponen reñir por algún motivo, y el culpado descarga sobre sí mismo, como artículo de previo pronunciamiento, la ira y los denuestos que competen á su adversario, éste se queda desarmado y reducido al más profundo silencio.
Aquellos buenos hombres llegaron a él, y dando voces le despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre que estaba muriendo, y que no mirase a las cosas pasadas ni a sus dichos malos, pues ya dellos tenía el pago; mas si en algo podría aprovechar para librarle del peligro y pasión que padecía, por amor de Dios lo hiciese, pues ellos veían clara la culpa del culpado y la verdad y bondad suya, pues a su petición y venganza el Señor no alargó el castigo.
Mirad que soy testarudo, Y lo que una vez sentencie En justicia, no ha de haber Ordenes que me lo truequen. Lo que hicieres doy por hecho. Mirad que, sin excepción, Al que culpado aprehendiere He de castigar, sin que Valgan glosas á las leyes. Ni aun mi casa reservéis; ¿Queréis más poder que éste? Mirad que me estrecháis mucho, Y que puede ser que acepte. Juan Pascual, lo dicho, dicho.
¡Basta ya! exclamó Fray Diego. Lejos de defenderse el culpado confiesa y agrava su falta con sus livianas palabras. Sólo me resta imponerle el condigno castigo. Al decir esto dejó el abad su asiento y todos los monjes le imitaron, dirigiendo temerosas miradas al irritado semblante de su superior.
No me matar por no hacer bien las cosas que él no había de ver; y ponerme a reñir, donde lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba. Si riñese con algún su criado, dar unos puntillos agudos para le encender la ira y que pareciesen, en favor de el culpado.
Hasta ha habido instantes de obcecación, en que la he culpado, en que la he tildado de inconsecuente, de falsa, de perjura, de infiel.... ¡Cielos santos! ¡Qué frenesí fue el mío! Ella no me prometió nada; ella no se ligó conmigo por lazo alguno. Ella me amaba antes como ahora me ama. No, no ha habido mudanza en ella.
66 ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: Culpado es de muerte. 67 Entonces le escupieron en su rostro, y le dieron de bofetadas; y otros le herían con las varas, 68 diciendo: Profetízanos, oh Cristo, quién es el que te ha herido. 69 Y Pedro estaba sentado fuera en el patio; y se llegó a él una criada, diciendo: Y tú con Jesús el Galileo estabas.
Mil veces se maldijo el desdichado, Por ver que fué la causa de la muerte De Liropeya, andando tan penado, Que mal siempre decia de su suerte. "¡Ay triste! por saber que fuí culpado De un caso tan extraño, triste y fuerte, Tendrè, hasta morir, pavor y espanto, Y siempre viviré en amargo llanto."
Palabra del Dia
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