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Actualizado: 18 de junio de 2025


No había muerto en los cuernos de la fiera... pero lo debía a su prudencia. ¡Ah, el público! ¡Muchedumbre de asesinos que ansían la muerte de un hombre, como si sólo ellos amasen la vida y tuvieran una familia!... La salida de la plaza fue triste, al través del gentío que ocupaba los alrededores del circo, de los carruajes y automóviles, de las largas filas de tranvías.

Los bueyes volvían del trabajo y aquél era el momento en que la granja se animaba. Uncidos por dos o tres parejas, porque a causa de la pesadez de las tierras mojadas se hacía necesario triplicar las yuntas, llegaban arrastrando el timón del arado, el hocico hinchado y húmedo, los cuernos bajos, las fauces agitadas, con barro hasta en el vientre.

Los cuernos de los toros no le daban miedo. «Peores cornás da el hambreLo importante era subir de prisa, y el público le había visto comenzar como espada, logrando en pocos años una inmensa popularidad. Le admiraban por lo mismo que tenían su desgracia como cierta. Enardecíase el público con infame entusiasmo ante la ceguera con que desafiaba a la muerte.

A lo largo de la playa bajan tres negras figuras. Sobre sus hombros se alarga un palo, que allá en su extremo parece levantar hacia la luna en dos cuernos, la dentadura de una vieja. Las tres figuras negras van delante del Caballero.

51 Y fue hecho saber a Salomón, diciendo: He aquí que Adonías tiene miedo del rey Salomón; porque ha tomado los cuernos del altar, diciendo: Júreme hoy el rey Salomón que no matará a cuchillo a su siervo. 52 Y Salomón dijo: Si él fuere virtuoso, ni uno de sus cabellos caerá en tierra; mas si se hallare mal en él, morirá.

Y me respondió, diciendo: Estos son los cuernos que aventaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas éstos han venido para hacerlos temblar, para derribar los cuernos de los gentiles que alzaron el cuerno sobre la tierra de Judá para aventarla. Y él me respondió: A medir a Jerusalén, para ver cuánta es su anchura, y cuánta su longitud.

Mujer, ¿por qué no la has ofrecido al Eccehomo de la Merced? preguntó con sorpresa una vieja planchadora de la casa, que siempre había encendido la lámpara del dicho Eccehomo y cuidaba del aseo de su capilla, llegando a considerarla como propia. ¡Ay, mujer!, porque el Santo Cristo de Tunes es más milagroso. ¡Serán cuernos para él! exclamó vivamente y con ojos iracundos la planchadora.

No diré nada, pues corre en manos de todo el mundo, de su famoso discurso sobre el modo de combinar las tes y las des en el metro de Arte Mayor, el cual le alzara á los cuernos de la luna, si antes, para gloria de España y enaltecimiento de propio, no hubiera escrito y dado á la estampa la nunca bastante encarecida Oda á la invención de la pólvora, en que llamaba á este producto químico atmósfera flamínea.

Inútilmente el Cigarrero brincaba con heroísmo delante de los cuernos, metiéndole el trapo por los ojos; inútilmente Lagartijo y el Gordo le echaban también los capotes, exponiéndose a morir; el toro, como si tuviese algún agravio del infortunado Baldomero, no atendía a nada, y lo recogió otra vez y otra vez lo tiró al aire.

Eran animales de nerviosa viveza, fuertes y robustos, hasta el punto de hacer temblar el suelo, levantando una nubecilla bajo sus patas; el pelo fino y brillante como el de un caballo de lujo, los ojos encendidos, el cuello ancho y arrogante, cortas las patas, delgada y fina la cola, los cuernos sutiles, puntiagudos y limpios, cual si los hubiese trabajado un artífice, y la pezuña redonda y diminuta, pero tan dura, que cortaba la hierba como si fuese de acero.

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