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Actualizado: 18 de junio de 2025


Pero las cogidas de toro eran su especialidad, y en ellas aguardaba siempre las más estupendas curaciones, como si los cuernos diesen al mismo tiempo la herida y el remedio. El que no muere en la misma plaza decía casi puede decir que se ha salvado. La curación no es mas que asunto de tiempo.

Y señalaba una gran fotografía con lujoso marco, que le representaba a él en traje de monte, mucho más joven, rodeado de varias niñas vestidas de blanco, y sentados todos en el centro de una pradera sobre un montón negruzco, a un extremo del cual se destacaban unos cuernos. Este banco obscuro e informe, de agudo dorso, era Coronel.

El Nacional iba a caer también; no podía salirse de entre los cuernos: la fiera le llevaba ya casi enganchado... Gritaban los hombres, como si sus gritos pudieran servir de auxilio al perseguido; suspiraban de angustia las mujeres, volviendo la cara y agarrándose convulsas las manos; hasta que el banderillero, aprovechando un momento en que la fiera bajaba la cabeza para engancharle, se salió de entre los cuernos, quedando a un lado, mientras aquélla corría ciegamente conservando el capote desgarrado entre las astas.

Y cuando por las carreteras tropezaban con alguna vacada, mientras su madre y su tía corrían asustadas á refugiarse detrás de cualquier seto, ella marchaba resueltamente hacia aquellos animales, los tomaba por los cuernos, les acariciaba la cabeza y hasta ¡oh colmo de indecencia! llegaba, á palparles la ubre. Más aún.

Entretanto, la vaquilla locuaz había pretendido pasar los cuernos entre los hilos; y una vibración aguda, seguida de un seco golpe en los cuernos dejó en suspenso a los caballos. Los alambres están muy estirados dijo después de largo examen el alazán. . Más estirados no se puede... Y ambos, sin apartar los ojos de los hilos, pensaban confusamente en cómo se podría pasar entre los dos hilos.

El toro seguía sus movimientos con ojos curiosos, asombrado de ver ante él un hombre solo, después de la anterior baraúnda de capotes extendidos, picas crueles clavadas en su morrillo y jacos que venían a colocarse cerca de los cuernos, como ofreciéndose a su empuje. El hombre hipnotizaba a la bestia.

Pero él lo espera a pie firme, con la espada entre los dientes; le agarra uno de los cuernos y salta ágilmente por encima de él. ¡Bravo, mi digno matador, bravo! recoge la flor de almendro que tu amada te ha echado mientras juntaba las manos para aplaudirte. ¡Pero he aquí que el toro se revuelve! ¡Virgen del Carmen! ¡mala señal!

3 Y apareció otra señal en el cielo: y he aquí un grande dragón bermejo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. 4 Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las echó en tierra. Y el dragón se paró delante de la mujer que estaba de parto, a fin de devorar a su hijo cuando hubiese nacido.

En el primer punto, el toro, de mala raza, medio atontado por los golpes con que lo martirizan una hora en el toril, antes de entrar a la plaza, trae los dos cuernos despuntados. Toda la lucha consiste en capearlo y ponerle banderillas, de fuego para los poltrones, sencillas para los bravos.

Recordaba con remordimiento los animales de lujo de la estancia de su padre, novillos enormes, con el lomo plano como una mesa, casi sin cuernos, de reducido esqueleto y exuberantes carnes, verdaderas «montañas de biftecs», como él decía... Luego pensaba en los milagros de la irrigación, cuando las tierras bajas de su estancia quedasen fecundadas por las aguas del río.

Palabra del Dia

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