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Por un instante, hombre y bestia formaron una sola masa, y así marcharon juntos algunos pasos, sin poder distinguirse quién era el vencedor: el hombre con un brazo y parte del cuerpo metido entre los dos cuernos; la bestia bajando la cabeza y pugnando por atrapar con sus defensas el monigote de oro y colores, que parecía escurrirse.

18 Y de aquella sangre pondrá sobre los cuernos del altar que [está] delante del SE

Otra estocada del mismo género, quedando descubierta la hoja de acero en más de una mitad. No se arrima comenzaban a protestar en los tendidos . Les ha tomao asco a los cuernos. Gallardo abría los brazos en cruz frente al toro, como dando a entender al público situado a sus espaldas que el animal ya tenía bastante con aquella estocada y que de un momento a otro iba a caer.

Finalmente, las cornetas, los cuernos, las bocinas, los clarines, las trompetas, los tambores, la artillería, los arcabuces, y, sobre todo, el temeroso ruido de los carros, formaban todos juntos un son tan confuso y tan horrendo, que fue menester que don Quijote se valiese de todo su corazón para sufrirle; pero el de Sancho vino a tierra, y dio con él desmayado en las faldas de la duquesa, la cual le recibió en ellas, y a gran priesa mandó que le echasen agua en el rostro.

Dióseles lo que manda el aquel, vamos al decir, del hombre que lo entiende; pero no les acanzó. El pastor, al decir esto, metió en el saco la mano y sacó de él dos cuernos de diferente forma y tamaño. Aquí están las gamas dijo, levantando en alto los dos retorcidos apéndices.

Recordaba el peligro en que se había visto de perecer destrozada bajo los cuernos de un toro. Luego, su almuerzo con un bandolero, al que había escuchado estupefacta de admiración, acabando por darle una flor. ¡Qué tonterías! ¡Y qué lejos lo veía ahora todo!

En torno de ella los amenos vergeles o almuzaras se extendían a lo lejos, poblados de arboledas umbrías, de fuentes murmuradoras, de pájaros parleros. Enhiesta sobre el alminar de la mezquita la media luna elevaba sus cuernos poderosos protegiendo a la ciudad.

Cuando llegó el momento de matar su segundo toro, estos pensamientos le infundieron un tranquilo valor. ¡Con él no acababa ningún animal! Haría cuanto pudiese para no ponerse al alcance de sus cuernos. Al ir hacia la fiera tuvo el mismo gesto arrogante de sus grandes tardes: «¡Fuera too er mundoLa muchedumbre se agitó con un murmullo de satisfacción.

Otros, más rebeldes, trotaban dirigiéndose hacia el río, y los toros venerables, los prudentes cabestros, iban a sus alcances, haciendo sonar el cencerro pendiente del cuello, mientras los vaqueros les ayudaban en esta recogida disparando con su honda piedras certeras que iban a dar en los cuernos de los fugitivos.

Cuando tales cosas decía de él un diario ministerial, que poco antes le había puesto en los cuernos de la luna, ¿qué no dirían los que, amén de ser de oposición, no tenían que guardarle miramiento alguno? Jamás supo el pobre hombre hasta qué punto le maltrató aquel día la prensa de todos matices.