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Actualizado: 18 de octubre de 2025


Actualmente me alegro de volver á encontrar el «gran agujero» y hasta me atrevo á descender por él aunque para ello tenga que asustar á los animales que se refugian en su maleza. Pero en otro tiempo, ¡con qué horror mirábamos, cuando niños todavía, se cruzaba en nuestro camino este siniestro pozo en cuyo borde se detenía el arado!

Cruzaba la platea con su elegante desembarazo de costumbre, dominando la sala. Saludó a Raquel con cierta afectación digna y luego, de la misma manera, a varias muchachas reunidas en un palco, quienes le contestaron graciosamente, agitando hacia él las manos enguantadas.

Llevaban el rostro cubierto con el velo del sombrero y otro velo más grande cruzaba sus espaldas, sostenido por los brazos á guisa de chal. Ferragut adivinó una diferencia importante en las edades de las dos. La más gruesa se movía con disimulada pesadez. Su paso era vivo, pero apoyaba en el suelo con cierta autoridad sus pies voluminosos, calzados ampliamente y con tacones bajos.

Pero después de haber asegurado su amor, de haber saciado su sed delante del sol de su felicidad, de aquella felicidad suprema, que el día anterior no se había atrevido á soñar, cruzaba una nubecilla negra. Aquella nube era Dorotea. Don Juan no la podía apartar de su memoria. Sentía hacia ella ó creía sentir un impulso de ardiente caridad.

Y se ponía a inspeccionar por los cristales si alguna embarcación cruzaba entonces hacia El Moral, hasta que, amedrentada por la obscuridad de fuera y ofuscada por la claridad de adentro, concluía por asustarse de tanta iluminación y empezaba a apagar las luces apresuradamente. Don Mariano llamaba a aquel gabinete ligero y aéreo la jaula de María.

La había encontrado varias veces en los salones de la corte; pero como Lucía afectaba no conocerle, él tampoco se había decidido a saludarla. Sin embargo, no tenía contra ella queja alguna: en la ruptura de relaciones con su madrastra, estaba convencido de que la culpa era de ésta. Viendo que no cruzaba ningún amigo, Miguel se decidió a pasar un rato con la generala.

Profundamente conmovido, se disponía Francisco a seguir el camino que la joven le había indicado, el cual en aquel sitio cruzaba un pequeño bosque de sauces y de abedules, cuando despertó su atención un ligero rumor de hojarasca y vio al mismo tiempo, confusamente, por entre los árboles la figura de un hombre joven que huía del bosquecillo y se alejaba a través de un campo de centeno.

Las embusteras son ustedes... ustedes, con esas conciencias cargadas de crímenes... Doña Lupe cruzaba las manos y miraba al Cielo, invocando la justicia divina. Fortunata expresaba un gran abatimiento, cual si su paciencia tocase ya al punto en que agotarse debía. «Mira dijo la viuda , vete a la botica, ponte a trabajar, y con la distracción se te despejará la cabeza».

Así que vagamente nutría en su alma la esperanza de poseer de nuevo á Soledad y hacerla su esposa. Ahora que la sentía perdida enteramente. Sus ilusiones se desvanecían como el humo. Á paso lento recorrió varias calles presa de un abatimiento que le quitaba las fuerzas. Nadie cruzaba á la sazón y libremente podía revolcarse en sus pensamientos dolorosos.

Ahora más que nunca me enorgullezco de mandaros, dijo el barón contemplando con amor al puñado de héroes que le rodeaba. ¿Qué es eso, Roger? ¿Estás herido? Un rasguño, señor barón, contestó el escudero restañando la sangre de un tajo que le cruzaba la frente. Deseo hablarte, Roger, y también á vos, Norbury, dijo el barón dirigiéndose al escudero de Sir Oliver.

Palabra del Dia

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