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Actualizado: 18 de junio de 2025
Entonces cruzaba las manos, clavándose las uñas de una en el dorso de otra, para despabilarse. Quería rezar con devoción, tener conciencia de lo que pedía a Dios: no hablar de memoria. Sin embargo, desfallecía. Acordóse de la oración del Huerto y de aquella diferencia tan acertadamente establecida entre la decisión del espíritu y la de la carne.
La dama cruzaba como siempre con su pasito vivo y menudo, le saludaba cariñosamente primero, y desde la esquina volvía a hacerle el consabido adiós con la mano. Cada vez que salvaba la puerta, el corazón de Raimundo se encogía, se ponía de mal humor.
Apenas de vuelta en el castillo, entregó Pedro a la huérfana, que se preparaba para la comida, la misiva de la señora de Aymaret; leyóla aquélla de prisa y no vio al pronto en su contenido nada de extraordinario, nada que pudiera distinguirla de esa correspondencia trivial que casi diariamente cruzaba con su amiga.
Si el músico alemán cruzaba por el recuerdo de Leonora, él repasaba sus libros, y afectando el exterior descuidado de aquellos artistas vistos en las novelas, llegaba allá con el propósito de hablar del inmortal maestro, de Wagner, al que apenas conocía, pero al que adoraba como a una persona de su familia... ¡Dios mío!
La señal, oscura el primer día, fue verdeando y desapareciendo. La necesidad de ver a la niña acabó por poder más que las vacilaciones de Julián. Arreglada ya la capilla, sólo en la habitación de su madre podía verla, y allí fue, no bastándole el beso robado en el corredor, cuando el ama lo cruzaba con la nena en brazos.
Era cerca del anochecer cuando Josefina, decidida a pedir a su madre que la ayudase a facilitar la reconciliación con Aldea, cruzaba la galería, en cuyos vidrios venían a dar los últimos resplandores del día. Al ver entornada la puerta, miró hacia dentro. El salón estaba casi oscuro; todo era sombra.
El irascible capitán no sólo parecía un padre en aquel momento, sino una madre tierna y cuidadosa. No se atrevió á darla un beso aunque buenas ganas se le pasaron, pero tomó su linda barba entre los dedos y la acarició. Mas como al hacerlo volviese los ojos, por ese secreto instinto que nos advierte el peligro, hacia la ventana, observó que cruzaba por delante Rosenda.
Andando así a lo largo de un pasillo, llegamos a desembocar en otro que se cruzaba con él, y le seguimos hacia la derecha. Por este lado terminaba en un salón que me pareció más negro que los pasillos, porque en sus ámbitos desmesurados parecía la luz del farol la de una pajuela.
García permanecía silencioso también. Una arruga profunda cruzaba su frente, signo de intensa meditación. Al cabo, cuando ya se aproximaban al término del viaje, preguntó con afectada indiferencia: ¿Hace mucho tiempo que ustedes conocen a esa prendera que se llama D.ª Rafaela? Sí, señor, hace ya algunos años que somos amigos respondió el artista con voz alterada.
Don Elías cruzaba la Carrera de San Jerónimo, cuando vió que hacia él venían unos cuantos hombres que reían y gritaban dando vivas á la Constitución y á Riego. Trató de evitar el encuentro, y tomó la otra acera; pero ellos pasaron también, y uno le detuvo. Eran cinco individuos, y de ellos tres, por lo menos, estaban completamente embriagados. Nuestro ya conocido Calleja les mandaba.
Palabra del Dia
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