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Actualizado: 11 de junio de 2025


Ese, decía, es de los nuestros. Monta á caballo como el viejo Pew, que nos ha educado; es incansable andando; maneja la carabina y el cuchillo; ha pescado en los grandes lagos... ¿Por qué, con tu dinero, no has encontrado un muchacho vigoroso como el conde Cristián, en lugar de buscarte ese bicho de Sorege? Puesto que Julio Harvey y . pagan el dote que tu quieres, debías haber escogido lo mejor.

Pero desde este momento, vamos á poner en juego todos los resortes y el asunto va á marchar... Cristián interrumpió á su impetuoso compañero. Sobre todo, prudencia. Ni una palabra inoportuna. Usted no sospecha todas las dificultades en que podemos tropezar. ¡Cómo! ¿Dificultades?

Este cabo salía más de un kilómetro extendiéndose sobre el mar como una serpiente dormida. Los dos amigos se metieron por aquel camino que no tenía más de doscientos metros de ancho y que estaba cubierto á uno y otro lado por las dunas. Cristián y Jacobo se dirigían á la punta del cabo, que formaba un pequeño promontorio. De repente se estremecieron.

Puedes estar tranquilo, dijo Jacobo sonriendo, ¡La última bala será para ! Pues bien, ponte esa caja al hombro como la traía Dougall y vámonos. Jacobo se volvió entonces hacia Tragomer y antes de pasar la puerta de aquella miserable prisión donde tanto había sufrido, se arrojó en los brazos de su amigo y dijo: Suceda lo que quiera, gracias, Cristián. Está bien, respondió Tragomer.

¡Necio! exclamó Cristián; ¿no te he preguntado si Lea se teñía el cabello? Freneuse hizo un gesto de horror y sus ojos se hundieron bajo las fruncidas cejas. ¡Ah! dijo Tragomer. ¡Empiezas á comprender! ¡Ves la atroz y fúnebre operación que se hizo sufrir á la desgraciada víctima! Los que han fraguado esta intriga sangrienta tenían una admirable sangre fría.

¿Á tal abandono de ti mismo has llegado? exclamó Tragomer. ¡Qué! el efecto de la miserable condición en que vives hace dos años ha sido tan rápido y tan completo que renuncias á justificarte y á confundir á los culpables? no sabes, Cristián, las torturas mortales que he padecido. ¡Todo me es indiferente ya! ¿Hasta ver á tu madre y á tu hermana?

Almorzaremos y después, si nos conviene, charlaremos. El criado entró. Marenval y Cristián dirigieron un ademán amistoso á su huésped y salieron del camarote.

Mañana se marchará y Sorege no podrá contar más que con nosotros. Hagamos, pues, lo convenido. , Cristián, vete á llevar la buena noticia á mi madre. Usted, Marenval, á casa de Vesín. Yo iré á ver á miss Harvey y allí nos encontraremos todos después. En cuanto Sorege despertó y tomó su desayuno, tomó un coche de alquiler y se dirigió á Tavistock-Street. Nunca el tal hacía las cosas á medias.

Yo iré, si quieres, ahora mismo á ver á la señora de Freneuse, dijo Tragomer. , querido Cristián, respondió Jacobo sonriendo. Eso te corresponde porque eres el iniciador, el primero que vió en la oscuridad y mostró á Marenval la pálida y lejana luz que te guiaba. Cuando pienso en lo que ha sucedido desde hace seis meses, dijo Cipriano con sencilla expansión, me parece estar soñando.

El crepúsculo se apoderó del mar y solamente se oyeron, á lo lejos, allá, en la playa, los gritos de los canacos. Un marinero entregó á Jacobo y á Cristián vestidos secos, y temblando aún, tanto por los esfuerzos realizados como por el frío del agua, arrojaron sus pantalones empapados y se vistieron. Hasta que estuvieron á bordo del yate no se cambió ni una palabra.

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