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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Por qué había de asombrar, o mejor dicho, no era natural, que en un ímpetu de celos, de odio, de rencor, esas personas, que se creían superiores a todas las leyes, destruyeran una vida después de haberse dedicado a la destrucción de tantas obras?
La humildad teníala en el corazón el hijo del ahogado y la suicida, que si no la tuviese, no sería fácil que se la inculcaran las burlas y desprecios de sus compañeros, ni los paternales azotes del maestro y de sus protectoras: porque éstas todas se creían con derecho a amarle, pero a castigarle también. Era la suya una naturaleza amante y agradecida.
Al cabo de quince años, las gentes de Raveloe decían de Marner exactamente las mismas cosas que al principio; no las decían tan a menudo, pero creían tan firmemente en ellas cuando les acontecía decirlas.
A los pocos pasos se desgarró la atmósfera en ondas tumultuosas. Los dos vacilaron sobre los pies, mientras zumbaban sus oídos y creían sentir en la nuca la impresión de un golpe. Se les ocurrió al mismo tiempo que ya habían empezado á tirar los alemanes. Pero eran los suyos los que tiraban. Una vedija de humo surgió del bosque, á una docena de metros, disolviéndose instantáneamente.
¡No vullc!¡no vullc! contestaba «Flor de almendro», agitándose entre los brazos de sus compañeras. Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres viejas, defendiéndola. «¡Dejad a la atlota! Margalida había venido para divertirse y no para entretener a los demás. ¿Creían empresa fácil sacarse de la cabeza repentinamente una contestación en verso?...»
Levantose la piedra sellada desde la mañana, bajose a la tumba y encontrose viva a la que creían muerta. Volviéronla en brazos de todos y trocado el llanto en regocijo a su morada; y la joven y bella condesa dio prolongados años de felicidad a su esposo antes de descender, verdaderamente muerta, al sepulcro.
Respondan ustedes, señoras, y ustedes también, caballeros. Arduo por demás era el problema y, como no podía menos de esperarse, dividiéronse las opiniones. Los jóvenes, que creían tener sobrado tiempo para morir de desesperación, respondieron que sí; los viejos, cuya vida pendía ya de un ataque de gota o de un simple catarro, contestaron que no; las mujeres se limitaron a hacer un gesto de duda.
«¡El ateo! Aunque todos le tenían por inofensivo, creían los más en su maldad ingénita y en una misteriosa superioridad diabólica. Y aquel diablo, aquel malhechor se arrojaba a los pies del señor espiritual de Vetusta.... ¡Oh! ¡qué gran efecto teatral!... No, no sería él bobo, su madre tenía razón, había que sacar provecho.... Y después, aquello no era más que una preparación para otro triunfo más importante; ¿no se había dicho que hasta la Regenta le abandonaba? Pues ya se vería lo que iba a hacer la Regenta...». Don Fermín se ahogaba de placer, de orgullo; se le atragantaban las pasiones mientras don Pompeyo tosía, y entre esputo y esputo de flema decía con voz débil: Puede usted creer... señor Magistral... que ha sido un milagro esto... sí, un milagro.... He visto coros de ángeles, he pensado en el Niño Dios... metidito en su cuna... en el portal de Belem... y he sentido una ternura... así... como paternal... ¡qué sé yo!... ¡Eso es sublime, don Fermín... sublime.... Dios en una cuna... y yo ciego... que negaba!... pero dice usted bien.... Yo me he pasado la vida pensando en Dios, hablando de
Ninguno de los objetos que más caros me han sido, lo considerarían laudable; cualquiera que fuese el buen éxito obtenido por mí, si es que en la vida, excepto en el círculo de mis afectos domésticos, me ha sonreído alguna vez el buen éxito, habría sido juzgado por ellos como cosa sin valor alguno, si no lo creían realmente deshonroso.
Körner se había puesto en pie, y sus manos, aplaudiendo, sonaban como batanes; Marta aplaudía también, con gran asombro de las damas indígenas, que creían privilegio de su sexo la impasibilidad ante el arte, y hubieran reputado, por unanimidad, indigno de una señora recatada batir palmas ante una cómica; ni más ni menos que creían una abdicación del sexo levantarse en visita para saludar o despedir a un caballero.
Palabra del Dia
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