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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Imploro tu perdón, Linilla mía. Perdóname; no volveré a pensar en eso, y si pienso en esas cosas no te las diré. ¿No es verdad que me perdonas? ¿Verdad que sí? «El pañuelo está lindísimo; el monograma es soberbio, muy elegante, y muy sencillo, como dibujado y bordado por tí. Saluda a tu papá, si crees oportuno hacerlo, de modo que no sospeche nuestros amores.
Acéptalo y no me pidas imposibles. ¿Crees que estamos aquí para mandar, verbi gracia, que se altere la ley de la sociedad sólo porque a una marmotona como tú se le antoja?
Y como si esta palabra fuera el tapón de su ira, tras ella corrieron en vena abundante las quejas por lo que el chico había hecho aquella mañana. «Y no quiero hablar ahora del motivo añadió ella ; de esa moza que te has echado... y que sin duda empieza por pegarte su mala educación. Voy a la patochada de esta mañana. ¿Crees que tu tía es algún trapo viejo?».
Con la muchacha que más te guste..., si es que te quiere. Ahí está la dificultad..., que no me gusta ninguna. ¿Ni la de Pasajes tampoco? Miguel se turbó aún más, y dijo con palabra vacilante: ¡Qué pícara eres! Maximina me gustaba. La verdad es que sería una buena esposa... ¿Pues por qué no te casas con ella? ¿Crees tú...? preguntó dirigiéndole una mirada tímida y anhelante. ¡Vaya!
Aunque crees que en la vida no hay más que tinieblas, la idea de plácido crepúsculo te hace sonreir, y cuando sueñas con días mejores, ya no piensas en tu Linilla, en la huérfana desventurada.... ¿A qué negarlo? ¿No es verdad que a solas, en la soledad de tu pensamiento, miras luminosos días de incomparable felicidad? Sí, y entonces... ¡no piensas en mí! Tienes razón.
Danme ganas a veces de desengañarle, y la verdad... Porque lo que es acariciarle, no puedo, se me resiste, no está en mi natural. Le pido a la Virgen que me dé fuerzas para cantar claro». ¡A la Virgen!... ¿pero tú crees?... dijo Santa Cruz pasmado, pues tenía a Fortunata por heterodoxa. ¿Pues no he de creer?
Es que la señorita se ha calao que yo salgo por hablar con usted. Si me regaña o me dice cualquier cosa, ¿qué contesto? Por ahora... dices que no te dejo a sol ni a sombra; que tú crees que yo ando loco por ella, sobre todo muy triste... Pa triste, ella. ¡Si la viera usted de llorar! En fin, Dios nos tenga de su mano. Mire usted que, según me han dicho, ¡el marido es más bruto! Una fiera.
Mi criado que me ayudaba á vestir, se quedó mirándome con esa gravedad del que trata de investigar una cosa que no comprende, y por último me dijo no entiendo, señor. Digo, mi buen Quico, si tú crees, por ejemplo, que una india pueda llegar á ponerse muy flaca, muy pálida y muy mala, en puro querer á un hombre. Puede más, señor. ¡Caramba! Puede más. Seguro, más.
¿Crees tú que sería capaz de doblar mi orgullo hasta el punto de ser dama de la duquesa de Osuna, si la duquesa llegase á ser reina? Sí. Y entonces, ¿por qué quieres destrozarme el corazón, abandonándome? Es que yo no te abandono, me ausento. Tu ausencia es la muerte de mi esperanza. ¡Dicen que son tan hermosas las napolitanas! ¿No has dejado allí ningún amor, don Francisco?
¡Oh! ¡Y qué malo eres hoy conmigo, papá! Es por ti, hija mía. ¡Pues bien; será peor..., porque me escaparé e iré en busca tuya! ¡El frío!... ¿Qué me importa el frío? ¿Y si caes herido, si quieres ver a tu Luisa por última vez y ella no está allí, a tu lado, para cuidarte, para quererte hasta el último momento?... ¡Oh! ¡Tú crees que tengo el corazón de piedra!
Palabra del Dia
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