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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Las ninfas fregonas, muy compuestas y con muchas flores en el moño, sirvieron luego copitas de rosoli, del que sólo bebieron los caballeros; y por último trajeron el chocolate con torta de bizcocho, polvorones, pan de aceite y hojaldres. Terminó todo con el agua, que en vasos de cristal y en búcaros olorosos repartieron asimismo las criadas. Duró esto hasta que dieron las ánimas.

Nada, nada, estoy resuelto a ello: el mismo día que me ordene sanseacabó... fuera vino, fuera mujeres, y vida nueva como Dios manda... Siguió moviendo la lengua el seminarista con creciente brío mientras duraba la operación que en la cabeza le hacían las copitas de ginebra.

No eres hombre si no echas al viejo de tu casa. No, no era hombre para hacerlo el infeliz. Se avergonzó, lloró y quiso retirarse. Pero un amigo le dijo: No te amilanes, Ángel. Si no te atreves a armarle bronca al tío, bébete unas copitas de más y le echas por el balcón. El sillero hizo caso del consejo.

Vamos, en marcha... Hay que apretar el paso... ¡Qué moza, D. Andrés! ¿verdad?... Pues tiene una hermana que va a ser mejor que ella todavía... ¡Qué chiquilla más espetada y más rica! tan bien formadita por delante como si tuviera veinte años, y no tiene más de catorce... ¡Arre caballo! ¿No repara usted, D. Andrés, cómo agradecen los caballos que el jinete eche unas copitas?

Con no volver más a Sarrió estaba concluído; y si volvía ya procuraría no encontrársela de frente. Al fin la escribió. Túvola guardada en el cajón de su mesa varios días. La idea de echarla al correo le aterraba. Para decidirse a ello, necesitó beberse unas copitas de ron.

Las personas mayores la emprendieron con el dulce, y el señor Cuadros descorchó frascos de licor de colores vivos e infernales, que hacían retorcer el estómago. Las copitas de color rosa besaban las bocas, dejando en los rojos labios de las jóvenes adorables gotitas de azúcar líquido. La sobremesa, alborozada y ruidosa, duró mucho rato.

Quizás influyeran en los ánimos las alegres casas del pueblo de Pasig, las copitas de Jerez que habían tomado para prepararse ó acaso la perspectiva de un buen almuerzo; sea una cosa ú otra el caso es que reían y bromeaban incluso el franciscano flaco, aunque sin hacer mucho ruido: sus risas parecían muecas de moribundo. ¡Malos tiempos, malos tiempos! decía riendo el P. Sibyla.

Cada uno de nosotros se beberá dos copitas, una de cada clase, dirá cual le parece mejor, y brindará luego, así por el futuro consorcio de mi hermana y de Currito el Guapo, como por la gloriosa autonomía y plena libertad de Rosita y de doña Marcela. En efecto, trajeron el aguardiente, y cada uno bebió dos copas. Los pareceres se dividieron.

Adriana se acercó a la mesa y escribió su nombre al pie del acta, con la naturalidad de quien pone su firma al terminar una carta. Muñoz, en cambio, tomó la pluma temblando, y no pudo ocultar su emoción en aquel instante que ataba para siempre a la suya la misteriosa existencia de Adriana. Ella, terminada la ceremonia, llenó de licor varias copitas y sirvió ante todo a los empleados del Registro.

En cambio, si se daban bizcas y el bolsillo se desmayaba, adiós confites y la mantequilla del chocolate y las copitas a las once; nadie comía más que lo estrictamente indispensable para no fenecer de hambre. Además, aquellos días no había quien dirigiese la palabra a D. Jaime, ni aun le mirase a la cara: los castigos eran más frecuentes: el palo andaba listo y la sopa perezosa.

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