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Actualizado: 3 de mayo de 2025
¡Trae, trae, Cecilia! ¡Deja eso! exclamó con el rostro echando fuego, contraído por forzada sonrisa. No; quiero verlo. Ya lo verás después; ¡suelta! Quiero verlo ahora. Vamos, niña, déjaselo ver. ¿Qué te importa? dijo doña Paula. No quiero que me lo quite nadie por fuerza gritó poniéndose seria. Después, comprendiendo la imprudencia de esto, tornó a ponerse risueña.
Se detuvo otra vez mirando con espanto el rostro lívido y contraído del joven marqués, que agarrándola del brazo y sacudiéndola fuertemente rugió más que dijo: ¿Quién te ha sugerido la idea de proponerme eso?... Respóndeme... ¿Quién ha sido el miserable, el vil y el canalla que te lo ha aconsejado?... ¡Quiero ir ahora mismo a arrancarle la lengua!
Elenita y el pollo desconocido, que ya se habían asaeteado bastante con los ojos, comenzaron a charlar por detrás de la cabeza de jabalí del presbítero don Alejandro, que tenía las enormes cejas temerosamente fruncidas y el rostro contraído por una expresión de dolor y de ira que ponía espanto. Finalmente, y esto era lo que verdaderamente me interesaba, Gloria y Suárez no cerraban la boca.
Por mi parte le interrumpió Ricardo no he contraído con nadie la obligación de divertirles y si mi carácter es así la culpa no es mía. ¡Tuya, y nada más que tuya! Por lo mismo que como Lorenzo has tenido en tu casa cuanto has querido, el día en que alguien te negó algo te sentiste desgraciado. Tú eres víctima de tu propia felicidad, Ricardo. ¡Vuélvete a ella!
El excelentísimo señor don Manuel Guirior, natural de Navarra y de la familia de San Francisco Javier, caballero de la Orden de San Juan, teniente general de la real armada, gentilhombre de cámara y marqués de Guirior, hallábase como virrey en el nuevo reino de Granada, donde había contraído matrimonio con doña María Ventura, joven bogotana, cuando fué promovido por Carlos III al gobierno del Perú.
El padre le daba poco dinero para los gastos de la casa, y como tenía el vicio de la caridad, de dar limosnas a troche y moche, había contraído deudas, que la mortificaban; sobre todo había una tendera a quien debía veinte duros, que la molestaba a todas horas y le amenazaba con decírselo a su papá. ¿No podría él facilitarle por poco tiempo esta cantidad?
Ahora me dan... estos mareos... Todos tenemos nuestras debilidades, hija... ¡Miseria humana! He contraído un pequeño vicio; pero no ha sido por relajación, no; ha sido por tristeza, por la fuerza de mis desgracias sin número. Creo que me comprenderás». Isidora, en efecto, no comprendía nada.
Y se estiró sobre los almohadones, echándose una manta encima de las piernas. ¡Ay! ¡ay! exclamó a los pocos instantes. ¡Cómo me lastiman las botas!... ¡Claro, como las he humedecido primero y luego puse los pies sobre el calorífero, se han contraído!... Vamos, padre añadió sonriendo graciosamente, sírvame de doncella una vez siquiera... Quítemelas usted, que yo no puedo.
En su cara lucía el júbilo del triunfo mezclado con el sudor de la lucha, que corría a gotas medio congeladas ya por el frío del amanecer. El marqués se paseaba por la habitación ceñudo, contraído, hosco, con esa expresión torva y estúpida a la vez que da la falta de sueño a las personas vigorosas, muy sometidas a la ley de la materia.
Mal hemos hecho con no haber contraído alianza ninguna, con estar aislados y sin apoyo entre las grandes potencias europeas; pero esto no mitiga la acusación de egoísmo y hasta de imprevisora flaqueza que podemos lanzar contra ellas, viéndolas inertes y tranquilas sufrir que los Estados Unidos, sin razón y sin derecho, nos traten como nos tratan, fiados en su poder y en su riqueza é imaginándonos débiles, pobres y solos.
Palabra del Dia
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