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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Los alegres comensales contemplaron á D. César con sorpresa y curiosidad como si no le hubieran visto en su vida. Sin duda la sidra y el vino les habían borrado el recuerdo. ¡Cielos, el dorio! dijo uno. ¡El ingenioso hidalgo! manifestó otro. ¡El enemigo de Pericles! apuntó un tercero. Y todos se guiñan el ojo con maliciosa alegría y se prometen un sainete divertido para fin de la fiesta.
Llevado de un colegio a otro colegio hasta el día de su entrada en la Escuela Forestal, puede decirse que no conoció el pueblo en que había nacido, y por consiguiente, nada sabía de aquellos cariños que lentamente se forman en el corazón del hombre y le unen para siempre a la provincia en que nació, a la casa en que se hizo hombre, a las piedras, a los árboles, a los horizontes que cada día sus ojos contemplaron.
Contemplaron con una visión interior el antiguo campamento de la Presa, que ahora se llamaba «Colonia Celinda», y los campos regados, fértiles y alegres, propiedad de los dos ingenieros, con árboles todavía no muy altos, pues los más antiguos sólo contaban nueve años de existencia.
Se miraron fijamente, lo mismo que si fuesen á entablar un combate. Los ojos redondos del animal, unos ojos de oro con una cuenta negra en el centro, contemplaron al hombre ferozmente. Luego parpadearon, como vencidos por la mirada humana. Jaramillo no quiso perder tiempo. Con una contorsión de muñeca arrancó el candado de la jaula.
Los tres contemplaron en silencio el retrato: Alonso, con lástima; Relimpio, con la curiosidad mundana del que se cree experto en cosas femeninas; Isidora, con doloroso pasmo en toda su alma, el cual crecía, dándole tantas congojas, que retiró su vista del cuadro y se apartó de allí para no dar a conocer lo que sentía. Ninguno de los presentes conocía el secreto de su vida.
La niebla que hasta entonces cubriera el valle comenzó á disiparse, flotando en grandes jirones que rozaban por un momento las copas de los árboles y luégo se elevaban desvaneciéndose en el espacio. El sol iluminó entonces los alrededores de la roca convertida en fortaleza y nobles y arqueros contemplaron con admiración la vasta fuerza que los cercaba.
Sentémonos dijo Marta . ¡Cuánto mar se ve desde aquí!, ¿no es cierto? Ricardo se sentó a su lado y ambos contemplaron la húmeda llanura que se extendía a sus pies. Cerca de ellos ofrecía un color verde oscuro. A lo lejos era azul. Allá, en el centro, la gran mancha de plata seguía resplandeciendo con vivos destellos reflejando el diseño del disco del sol.
El orgullo de Clementina padeció aún más por la inocencia y sinceridad con que fueron pronunciadas. Ambos contemplaron el retrato en silencio algunos segundos. En los ojos de Raimundo temblaban dos lágrimas. La dama dijo al cabo: ¿Qué edad tenía su mamá? Cuarenta y un años. Yo tengo treinta y cinco replicó con mal disimulada satisfacción. Raimundo volvió hacia ella la vista.
Pero Carrascosa, aunque era buen observador, no pudo advertir al breve resplandor de aquella mirada fugaz como un relámpago, los dos abismos que, abierto el uno frente al otro, se contemplaron un instante, mostrándose todo su horror. No se crea por esto que tía y sobrina no se querían bien, no: se amaban, si cabe expresarlo así; se amaban como pueden amarse dos personas que se fastidian juntas.
Y los dos pequeños contemplaron religiosamente al héroe tantas veces visto en las estampas que adornaban las habitaciones de su pobre casa: ser sobrenatural, cuyas hazañas y riquezas fueron su primera admiración al darse cuenta de las cosas de la vida. Juanillo, bésale la mano al padrino.
Palabra del Dia
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