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Actualizado: 19 de junio de 2025


Todas las ideas que le habían seguido hasta allí eran ilusiones y se desvanecían, dejándole confuso enfrente de la realidad. Esta realidad no permitía dudas. Los ojos de ella le contemplaron fijamente, con dureza. Alicia habló como si hubiese venido para un negocio con una persona poco grata y quisiera terminarlo cuanto antes, viéndose libre de su presencia.

Inmóviles y espantados los asesinos, contemplaron el cuerpo a la distancia del terror. Era el peor de todos murmuró sordamente López, apartando sus ojos de a víctima. Salieron. Un instante después reinaba en el coro y en la Iglesia, en torno a lo que fue Padre Gracián, el silencio del olvido.

Los tres médicos, el duque y Cristina contemplaron la cara del Rey. El médico pulsaba, y luego dejaba de pulsar, como un piloto que abandona el timón cuando no hay esperanzas de evitar el naufragio. Cinco minutos duró aquel estado, en que cinco personas miraban un semblante. Pasados los cinco minutos Fernando VII no existía. Fue una muerte breve, sin aparato, sin agonías tormentosas.

Durante toda una noche contemplaron los sorprendidos habitantes de Viana el paso del río por aquella tropa, que hablaba una lengua extraña á sus oídos y cuyas armas y equipo llamaban no menos poderosamente su atención.

Luego, los tres se contemplaron un instante en el mayor silencio. El efecto que el doctor produjo a Amaury era de los más deplorables. Después de ocho meses de ausencia le encontraba más cambiado que si hubiesen transcurrido ocho años. Su pecho se había encorvado, su frente estaba llena de arrugas, la voz le temblaba, y sus cabellos se habían puesto blancos como la nieve.

El Niágara es mil veces más grande, más imponente; para , la palma de la belleza queda al Tequendama. ¿Qué sería el Niágara cuando por primera vez lo contemplaron los ojos atónitos de los conquistadores?

¿ crees que se salvaría con... eso? En casos análogos... unas veces el medicamento ha respondido... otras ha fallado. De repente, doña Inés, incorporándose sola en el lecho y con voz apenas perceptible, murmuró: ¡Agua! Ellos se contemplaron de hito en hito; silenciosamente, leyéndose en los ojos la incertidumbre que les consumía, mientras la anciana repitió sordamente: ¡Agua!... ¡Agua!

Asunción y Presentación, al oír que yo era una especie de santo, me contemplaron con admiradas. Yo las miré también. Estaban tan bonitas, más bonitas que en Bailén; pero oprimidas bajo la exagerada pesadumbre de la autoridad materna, sus hermosos ojos estaban llenos de tristeza. Sin que su madre lo advirtiera, dijéronse algunas palabras por lo bajo.

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