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Actualizado: 19 de junio de 2025
Luego, como si este saludo matinal los hubiera saciado por el momento, buscaron la sombra de un toldo, y sentados en dos sillones, contemplaron el Océano en dulce quietismo, mirándose sin palabras. Fernando la examinaba a la luz del sol, gozándose con extraña crueldad en su desencanto, cada vez mayor.
De allí, con innata audacia, pero siempre con característica reserva, corrió al medio de un grupo de marineros de tostadas mejillas, aquellos salvajes del océano, como los indios lo eran de la tierra, los que con sorpresa y admiración contemplaron á Perla como si una espuma del mar hubiese tomado la forma de una niñita, y estuviera dotada de un alma con esa fosforescencia de las olas que se vé brillar de noche bajo la proa del buque que va cortando las aguas.
Gonzalo, que era un grandullón de trece años, viendo aquella fea tosquedad, acudió en su auxilio, y puntapié va, trompada viene, soplamocos a uno y puñada a otro, en un instante puso en dispersión a los tres o cuatro descorteses mozuelos. Los ojos de las diminutas bailarinas le contemplaron con admiración.
Cuando el buque estuvo frente a las islas y los pasajeros contemplaron las montañas, tras las cuales se ocultaba el sol ensangrentando el horizonte, los dos se hablaban ya con rápida confianza y sus manos sentían un estremecimiento simpático al encontrarse entre las hojas de las partituras. Veíanse solos en el salón, olvidados de la gente, que había afluido a los costados del buque.
Ambos la contemplaron largo rato en silencio con éxtasis, pendientes del levísimo soplo que hinchaba y deshinchaba aquel tierno cuerpecito. Fue un instante feliz. El conde, olvidado de sus temores, se calmó: una sonrisa de vivo placer se esparció por su fisonomía dulce y melancólica.
Una tarde fue con ellos a la prueba de luces en una soberbia casa, donde a la noche debía verificarse una gran fiesta. ¡Cuánta magnificencia contemplaron sus ojos! Jamás vio cosa igual. Cada salón era un prodigio del arte o un camarín de la molicie.
Sus oídos zumbaban; sus ojos, cegados momentáneamente, contemplaron un cielo inmenso de color de rosa, el mismo rosa pálido y jugoso de la carne femenil. Algo entraba por su nariz, en doble columna embriagadora, que estremecía su cerebro, reflejándose con la violencia de un latigazo al otro extremo de su organismo.
Nucha, con andar automático, salió del retrete formado por el biombo y se acercó a la ventana, haciendo seña a Julián de que la siguiese. Y, demudados ambos, se contemplaron algunos minutos silenciosamente, ella preguntando con imperiosa ojeada, él resuelto ya a engañar, a mentir.
Pero Ramiro, agitado, convulso, como si fuera a caer presa de un síncope, se puso a correr delante de ellos, gritando: ¡Álvaro, Álvaro! ¡Que entra la z... en tu casa! Dos criadas se asomaron a la escalera y contemplaron con estupor la escena. El viejo no se detuvo en el principal; siguió hasta el segundo, dando los mismos gritos.
Y hablaba de su pluma con petulante seguridad, como si el mundo entero aguardase impaciente que él se dignara escribir algo para adquirirlo. Salieron del Rastro. Cerca de la plazuela contemplaron un instante los puestos de los remendones que aprovechan el calzado viejo recogido en las calles.
Palabra del Dia
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