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Actualizado: 16 de julio de 2025
Dos mujeres entraron en la plazoleta, y al incorporarse Rafael, quitándose el sombrero, la más alta, que parecía la señora, contestó con una leve inclinación de cabeza, y se dirigió al otro extremo, volviéndole la espalda para contemplar el paisaje. La otra se sentó a alguna distancia de Rafael, respirando penosamente con la fatiga de la ascensión.
Acercose a Magdalena, diole un beso en el cuello, sin que ella mostrase resistencia ni agrado, y quitándose guantes, gabán y sombrero, se sentó en una butaca colocada frente al tocador; de modo que pudiese ver a su amante por la espalda y al mismo tiempo contemplar su rostro reflejado en el espejo. Besitos dijo ella frunciendo el entrecejo besitos... y poca vergüenza.
Febrer le dejó cantando la misa mientras terminaba su carenaje. En la torre encontró la cesta de su comida sobre la mesa. El Capellanet la había dejado sin esperar, obedeciendo sin duda a algún llamamiento urgente de su padre malhumorado. Después de comer volvió Jaime a contemplar los dos agujeros que los proyectiles habían abierto en el muro.
Nuestros señores, al salir de casa por la puerta principal, alzaron la vista para contemplar estas montañas soberanas, iluminadas por un sol que ya empezaba á descender hacia las colinas laterales. La nieve había desaparecido casi totalmente del paisaje. Sólo en las crestas más elevadas percibíanse algunas manchas blancas como de ropas tendidas á secar.
Mañana le espero á usted en mi casa sin falta: tenemos que hablar. Lázaro no contestó. Si su susceptible desconfianza no se había extirpado completamente, en aquellos momentos no podía pensar en tan delicado asunto. Experimentaba emoción muy grande para detenerse en dudas crueles y rencores poco generosos, que un alma elevada deja siempre á un lado al contemplar los grandes infortunios.
Cierto día, al retirarse de una de sus visitas, Blázquez Serrano topó con Ramiro en la antecámara. El niño estaba sentado en una silla de alto y esculpido respaldo. Sus ojos parecían contemplar fijamente alguna imagen dolorosa de su propio cerebro. Hubiérase dicho un infante embrujado.
Decía que no me conviene el sol ardiente de Italia, sino las nieblas invernales del Norte; quiero contemplar una naturaleza triste y desolada como está mi alma; nada más a propósito que Holanda con sus pantanos, el Rhin con sus ruinas, Alemania con su cielo nuboso.
Aún le pareció poco esto, y levantó sus ojos para contemplar con agresiva curiosidad los retratos que adornaban las paredes. Entonces pudo darse cuenta de la gran transformación que acababa de realizarse en el bar. Casi todos los parroquianos habían desfilado silenciosamente durante su lectura.
Don Pompeyo, que daba diente con diente, de frío con fiebre, se detuvo en lo más alto de la calle de la Rúa para contemplar aquella muchedumbre apiñada a los pies de la torre, en tan estrecho recinto, cuando podía extenderse a sus anchas por toda la plazuela. «Ya sabía lo que era.
En cambio el cochero, con su blusa azul formando globo alrededor de un vientre respetable, presentaba un aspecto regocijado y exuberante de salud, que contrastaba con las facciones pálidas y demacradas de la enferma, lánguidamente echada en los almohadones hundidos y que apenas levantaba los párpados para contemplar un instante el magnífico panorama que deslumbraba a su joven compañera.
Palabra del Dia
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