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Actualizado: 23 de septiembre de 2025
La puerta de la casa estaba abierta: subía la escalera con paso de fantasma, cuando oí en el cuarto del conserje, el murmullo de una agitada conversación, que al parecer versaba sobre mí, pues en ese momento el tirano de la casa pronunciaba mi nombre en tono despreciativo.
Yo espero que con el tiempo, y quiera Dios que no demasiado tarde, el Ayuntamiento de la culta Salamanca dedique su atención y algunos fondos á este notabilísimo edificio, comprándolo, si ya no es suyo, derribando todo lo moderno y postizo que hay en él, reforzando lo viejo y monumental, y poniendo allí un conserje que custodie y muestre á los viajeros aquellos prodigios del arte, dignos de veneración y estudio .
Tenía tosecilla blanda y continua, expectoración pegajosa, sudores que la menor elevación de temperatura determinaba, y las perversiones del apetito se habían convertido en desgano horrible. Inútilmente la conserje del chalet lucía sus primores culinarios, ideando mil golosinas delicadas. Pilar lo miraba todo con igual repugnancia, especialmente los platos nutritivos.
El caserón, no obstante, tenía su alegre nota. Como la voz del grillo en una grieta del sepulcro, así era la voz del conserje Alonso, cantando peteneras en su habitación cercana al portal y en el patio. Era un hombre casi viejo, de buena pasta, honrado y comedido.
Querían pasar la noche cerca de él, para que no se viese solo entre los alemanes. Las dos mujeres trasladaron ropas y colchones desde el pabellón al último piso. El conserje estaba ocupado en calentar el segundo baño de Su Excelencia.
Quedose algunos minutos clavado en el suelo lleno de estupor, y por último, haciendo un esfuerzo, se dirigió con paso vacilante a un departamento solitario y se dejó caer en un diván; metió la cabeza entre las manos y sollozó largo rato, sin que nadie viniese a acompañarle: solo el conserje, al dar una vuelta de inspección por la sala, hallándole de aquella suerte, le preguntó con solicitud: ¿Qué es eso, D. Miguel? ¿llora V.?
El socio, que había de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones, podía entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y Turquía y el Padre nuestro en grabados, que adornaban las paredes de aquel centro de instrucción y recreo. Volvía el conserje con las manos en los bolsillos y una sonrisa maliciosa en los labios. Lo que yo decía, señorito... se ha perdido la llave.
Presa del mayor terror, don Fabricio huyó, llamando en alta voz al mayordomo y otros sirvientes; pero nadie acudía en su auxilio, y recorrió las galerías dando voces que retumbaban en las bóvedas de la señorial mansión. ¡Antonio, Bernardo, Julio, Gilberto! gritaba, pero nadie quería contestar, y con verdadero pavor bajó, puede decirse que rodó, la escalera, y corrió a llamar al conserje.
Habló con la portera de una de estas viviendas. Su biznieto estaba en la escuela y la mujer de Alberto trabajaba en la fábrica. Fué luego á la tal fábrica, y el conserje, un inválido, le cerró el paso. Prohibida la entrada; ningún curioso podía introducirse en los talleres, porque en ellos se torneaban obuses.
¿Y me esperabas decidida á todo, luz de mi vida? dijo el duque fingiendo siempre la voz y haciendo una violencia para enamorar á la doncella. Sí; sí, señor; pero vos no pensaréis mal de mí dijo con cierto embarazo Esperanza. No, de ningún modo dijo con impaciencia el duque ; ¿tienes la llave? Sí, señor, trabajo me ha costado quitarla del manojo del conserje... pero ya está aquí.
Palabra del Dia
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