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Actualizado: 23 de septiembre de 2025


Por hacer que hacemos estaba allí cinco minutos, y salía triunfante. No era un ladrón, era un bibliófilo. La llave de Bedoya era la que el conserje había perdido. Don Amadeo era el don Saturnino Bermúdez de tropa.

Cualquier sepulcro que pusiera aquí, seria positivamente más sepulcro que las covachas que hemos visitado. El conserje se detuvo y calló. Todos nos detuvimos y callamos. El conserje permanece mudo, todos enmudecimos del mismo modo. Nadie respira, no se oye ni una mosca. ¿Qué significa esto?

Febrer no era ya más que el conserje de su propia casa. Y también pertenecían a los acreedores los cuadros italianos y españoles que adornaban las paredes de dos gabinetes inmediatos; los muebles antiguos con sedas rapadas o rotas, pero de hermosas tallas; todo, en fin, lo que conservaba algún valor entre los restos de la secular herencia.

Don Marcelo sintió un placer monstruoso al considerar el número creciente de enemigos desaparecidos, pero á la vez lamentaba esta avalancha de intrusos que iba á fijarse para siempre en sus tierras. Al anochecer, anonadado por tantas emociones, sufrió el tormento del hambre. Sólo había comido uno de los pedazos de pan encontrados en la cocina por la viuda del conserje.

Luego que nos enteramos de la causa de aquel aparente terremoto, nos tranquilizamos, y nos dispusimos á saborear el extraño chiste de aquel espectáculo. El conserjé, despues de hacer varias evoluciones con el tambor, bajó la voz todo lo que pudo, y con un acento apenas perceptible, decia: ¿Qué quieres? ¿quién eres? ¿qué buscas aquí?

¿Qué es esto? preguntamos á nuestro guia. Ahí, contestó este, estuvieron los restos de Mirabeau y de Marat. ¿No están ahora? No, señor. ¿Quién desalojó sus cenizas de este asilo sagrado? La Convencion Nacional. ¿Por qué? El conserje movió la cabeza. Todos nos echamos á reir.

En su parte más baja, a dos pasos de la calle Drouot, ábrese la puerta falsa del teatro, la entrada nocturna de los artistas. Cada dos días, a eso de la media noche, una oleada de trescientas o cuatrocientas personas pasa tumultuosa ante los ojos vivarachos del digno papá Monge, conserje de este paraíso.

Eran las diez de la noche, cuando me presenté al conserje de la Academia y le pedí las llaves del anfiteatro para recojer unos instrumentos que había yo dejado olvidados. El conserje me las franqueó en seguida y hasta ofreció acompañarme, pero yo le dispensé esa molestia, y penetré solo en el salón.

El brigadier me echó una mirada, como para decirme, si yo comprendia; yo echó otra mirada al brigadier, como si quisiera contestarle que no entendia una jota de aquella rara pantomima, y ambos miramos al conserje, el cual tenia vueltos los ojos hácia la puerta principal, en significacion sin duda de que no queria responder.

El conserje le contestó que debian reunirse doce personas para bajar á la capilla. Esto picó la desembarazada curiosidad de mi compañero, que volvió á replicar á nuestro guia: Pero ¿por qué razon tienen que juntarse doce personas, para bajar á la capilla subterránea? ¿Es esta costumbre, por ventura, una ritualidad del establecimiento, ó como si dijeramos un estatuto de esta iglesia?

Palabra del Dia

sucintamente

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