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Actualizado: 27 de mayo de 2025
La esposa dio dos pasos hacia el esposo, desmintiendo con los rayos, que de sus claros ojos brotaban, la suave vocecita y el pausado tono con que dijo: ¿Pues no comió ayer aquí ese buey Apis?... Es un animal replicó el marido; y para ocultar su turbación, escondióse bajo el paño negro, poniéndose a enfocar de nuevo la máquina.
No le fue mal con ellos: el estómago se le entonó, comió con más apetito, y al cabo pudo volver a la vida ordinaria, aunque resentido y quebrantado. En esta época había dado paz temporalmente a las musas, y descendió a escribir en prosa, no vil, sino poética y ensortijada como ninguna.
Sí; hágame servir un cubierto. También tendrá usted que prestarme dinero, no me queda nada. ¡Cómo! Sí, sí; yo tenía un millón, pero se lo he dado a Honorina. El duque comió con el apetito voraz de un loco. Después, sus ideas parecieron aclararse. Era un espíritu fatigado más bien que enfermo.
Sacaron dos sopas y Fernando comió de las dos; luego sacaron el cocido, después una fuente de berzas con morcilla y, al llegar al principio, Fernando se encontró con que, en vez de poner la trucha grande, la condenada del ama había puesto la pequeña, que no tenía más que raspa. Hombre, trucha exclamó Fernando le voy a hacer una pregunta.
Decíame que la partida de campo se haría mañana. Como tenía muchas cosas que decirme, esperaba que fuese aquella noche a comer a su casa. Según costumbre, el conde comió fuera de ella. Lo hicimos solos Isabel, la tía Etelvina y yo. En verdad que, con las muchas y graves noticias que la condesita me comunicó, no hice más que picar de los platos, sin comer realmente de ninguno.
Después comió con tranquilidad la sopa, y durante la cena siguió la conversación estratégica. Al finalizar, rezó en voz alta un Padre Nuestro en acción de gracias, acompañado del sobrino, y ambos se fueron a la cama, poco después que las gallinas.
Yo estoy rendida». Comió sola, y con Papitos les mandaba de algún plato, que volvía casi intacto. Después entró un instante en la alcoba para preguntarles qué tal estaban, y se fue a descansar. «No puedo resistir más esta vida de perros decía . Dios tenga compasión de mí».
Se levantó, no obstante, de buen humor y la prodigó muchas delicadas atenciones que no acostumbraba á usar: bebió y comió con apetito y estuvo locuacísimo todo el día. Por la noche agasajó á sus amigos en celebridad de la reconciliación, y éstos pudieron notar que su alegría era excesiva y que había depuesto aquella gravedad displicente que rara vez le abandonaba.
Uno que huía ante los toros era temido por la facilidad con que tiraba de navaja. Otro había estado en presidio por matar a un hombre de un puñetazo. El famoso Tragasombreros gozaba los honores de la celebridad luego que una tarde, en una taberna de Vallecas, se comió un fieltro cordobés frito en pedazos, con vino a discreción para hacer pasar los bocados.
La aventura, ridícula y todo, la había rejuvenecido, había encendido chispas en sus ojuelos, y «¡ea! venía con afán de abrazar ella también». Abrazó a la Regenta, se la comió a besos... y después de contarla el paso de comedia del mozo de cordel, gritó de repente: A propósito, ¿no te ha contado Víctor lo de Álvaro? Visita tenía cogida por las muñecas a su amiga.
Palabra del Dia
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