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Al mismo tiempo surcaban el espacio, como si fuesen cometas de distintos colores, los ojos de las máquinas voladoras con sus largas colas de luz. Abajo, en la obscuridad del mar, se deslizaban igualmente otras estrellas con todos los fulgores del iris. Por el aire y por el agua, un movimiento continuo y extraordinario iba llevándose fuera de la capital miles y miles de seres.

A veces se aparecían también, a guisa de sorprendentes cometas, las ricas cubanas de Amézaga, con sus sombreros extraordinarios, sus sombrillas monumentales y sus atavíos caprichosos, destilados siempre a la quinta esencia de la moda. Pilar las distinguía de cien leguas, por sus famosos sombreros, imposibles de confundir con otro tocado alguno.

El portal.... ¡Qué portal! ¡Una maravilla! Fué obra de tía Carmen: era un portal lindísimo, de cristal, con estrellas, soles y cometas, y ángeles, y serafines, y arcángeles que tenían en las manos bandas de seda con letreros dorados que decían: «Gloria in excelsis Deo». Mi tía Carmen le hizo con prismas y candeleros de cristal, y fué el encanto de cuantos le vieron.

Habia un gran presagio sucedido, Que oyeron por los aires tintinando De cajas y atambores gran ruido, Que en concertado son iban sonando. Cometas por el cielo han parecido, Que acá y allá contino andan errando: El aire obscurecido y tenebroso, Promete fin horrible y espantoso.

Alborotóse el huésped, y aun los huéspedes; porque así como los cometas cuando se muestran siempre causan temores de desgracias e infortunios, ni más ni menos la justicia, cuando de repente y de tropel se entra en una casa, sobresalta y atemoriza hasta las conciencias no culpadas.

Y ahora ¡vive Dios! iba adquiriendo realidad la dichosa sinfonía de colores; ya no era una frase huera y sin sentido, porque todo parecía cantar, la vega y el Mediterráneo, los montes y el cielo. ¡Qué delicioso era el anonadamiento del poetilla, apoyado en la balaustrada, sintiendo en su rostro el fresco viento que tantas cabriolas hacía dar a las cometas de papel...! Allí estaba la sinfonía, una verdadera pieza clásica con su tema fundamental... y él percibía con los ojos el misterioso canto, como si la mirada y el oído hubiesen trocado sus maravillosas funciones.

En un segundo pasó por mi mente un huracán de pensamientos confusos y contrarios de incertidumbre y de infinitos escrúpulos... Mi padre me miraba con fijeza... Entonces, señor cura, me pareció que una voz interior, la de mi conciencia, me decía al oído: «No cometas una traición.» Y respondí con firmeza: No. Entonces, puedo tranquilizar a Máximo dijo mi padre, que acaso esperaba otra cosa.

El Poeta dijo entonces: Mucho mayor alboroto fuera si yo acabara aquella comedia de que tiene vuesa merced en prendas dos jornadas por lo que le debo, que la llamo Las Tinieblas de Palestina, donde es fuerza que se rompa el velo de el Templo en la tercera jornada, y se escurezca el sol y la luna, y se den unas piedras con otras, y se venga abajo toda la fábrica celestial con truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, en sentimiento de su Hacedor; que por faltarme los nombres que he de poner a los sayones no la he acabado. ¡Ahí me dirá vuesa merced, señor Güésped, qué fuera ello!

En la inmensidad del espacio, el sol y los cometas ruedan en curvas inmensas; en nuestro globo planetario, arrastrado como los demás en una espiral de elipses infinitas, los huracanes, las trombas, los aires, el más insignificante céfiro, se propagan en líneas curvas; las aguas del mar se pliegan y desarrollan, en curvadas olas; todas las formas orgánicas, animales y plantas, no ofrecen en sus células y cavidades más que superficies curvas y sinuosidades; hasta los duros cristales, mirados con el microscopio, no tienen esos planos regulares, esas aristas inflexibles que aparecen á simple vista.

Á veces me habla V. del sol y de lo grande que es y de cómo atrae á los planetas y cometas; y á veces me describe los abismos del cielo, y me señala las más hermosas estrellas, y me declara sus nombres y la inmensa distancia á que están de nosotros, y el tiempo que tardan los rayos alados de su luz en herir nuestras pupilas.