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Mas se detuvo de repente como si hubiese dicho demasiado, y quiso subsanar la imprudencia: El gobierno nos ha dado cosas que no se lo hemos pedido, ni se lo podíamos pedir... porque pedir... pedir supone que falta en algo y por consiquiente no cumple con su deber... insinuarle un medio, tratar de dirigirle, no ya combatirle, es suponerle capaz de equivocarse y ya se lo he dicho á usted, semejantes suposiciones son atentatorias á la existencia de gobiernos coloniales... El vulgo ignora esto y los jóvenes que obran á la ligera no saben, no comprenden, no quieren comprender lo contraproducente que es pedir... lo subversivo que hay en esa idea...

Estos buques, mientras Gillespie levantaba sus anclas y saqueaba los almacenes, habían embarcado una parte de sus tripulaciones que se hallaban en tierra con permiso, saliendo del puerto para combatirle, por creer sus capitanes que fuera de él podrían maniobrar mejor contra el barco gigantesco.

Puesto el no ser solo, vemos evidentemente que no puede comenzar el ser. El principio es pues puramente ontológico: los que apelan á solas razones de experiencia para establecerle ó combatirle, plantean mal la cuestion: la sacan de su verdadero terreno: confunden la noticia de la causalidad con la nocion ó idea de la causalidad.

Comió en casa de los de Santa Cruz, y estos lo notaron sombrío, padeciendo chocantes distracciones, y tan indiferente a todo, que ni siquiera tomaba con calor la defensa de sus principios y gustos extranjeros, cuando Barbarita, por combatirle la murria, sacaba a relucir algún tema de entretenida polémica sobre este punto.

Tratándose de la certeza y de sus fundamentos no seria oportuno adelantar lo que pienso decir largamente en el lugar que corresponde, al exponer la idea de sustancia y refutar el panteismo. Este es uno de los graves errores de la filosofía de nuestra época; en todas partes, y bajo todos los aspectos, es menester combatirle; y para hacerlo con fruto conviene detenerle en sus primeros pasos.

Tenga usted presente una cosa: hay que imponérsele, combatirle el abandono, las lecturas y no consentir que se ensimisme. Antes que dejarle caer en las melancolías, vale más darle un disgusto. Yo siempre le hablo gordo, y crea usted... me ha cogido miedo. Es lo que hace falta». ¡Pobrecito!... exclamó Fortunata . ¿Pero ve usted por dónde le ha dado?... Yo no he visto un desatinar semejante.

¿Creerán los lectores que finjo un sistema para tener el gusto de combatirle? nada de eso: la doctrina que se acaba de exponer es la doctrina de Schelling. El conocer es una accion inmanente y al propio tiempo relativa á un objeto externo, exceptuando los casos en que el ser inteligente se toma por objeto á propio con un acto reflejo.

Pero ¿se prestarían a venir Mari Pepa y su hija, no obstante sus buenos y caritativos deseos? ¿No les arredrarían los obstáculos de la nieve y del frío, de aquel frío como no le había sentido yo ni en Rusia quizás, por no haber en Tablanca otro recurso que el de la cocina y un mal brasero para combatirle? ¡Mal conocía yo los alientos de las señoras tablanquesas!

Y comenzó a referir a Leto lo que afirmó ser «lo único» que él sabía. Según el relato aquél, Nieves y su padre habían tenido una escena un poco desagradable con motivo de la próxima llegada del mejicanillo. Discordancias radicales en el modo de estimar cada uno de los dos aquel suceso. A Nieves, nerviosa y algo trasmudada desde el tremendo de la antevíspera, que continuaba ignorando su padre, se le habían escapado ciertas franquezas que cayeron sobre las suspicacias de don Alejandro como la pólvora sobre el fuego. Porque don Alejandro andaba muy suspicaz desde aquel día, como le constaba a Leto muy bien. Se había dado en él un caso que no dejaba de ser frecuente: el de hallar algo en que no pensaba, buscando otra cosa muy distinta; y lo que había encontrado sin buscarlo, era el fuego en que habían caído las franquezas de su hija; o si lo quería más claro Leto, las franquezas de Nieves le demostraron, no solamente que su hallazgo no era ilusorio ni soñado, sino que el mal estaba ya hecho y con hondas raíces en la víctima. Bermúdez no había llegado con sus sospechas más que hasta el arranque del camino que conducía a ese mal: no era difícil presumir el efecto que le habría causado el descubrimiento, teniendo, como tenía, sus cálculos hechos y sus ilusiones acariciadas, con otros derroteros muy distintos. A él, a don Claudio, le había confiado sus cuitas, para pedirle informes, si podía dárselos; algo de luz clara con que guiarse en la lóbrega sima en que habla caído tan de repente; porque no podía contarse con lo que espontáneamente declarara Nieves entonces, ni convenía apurarla más en el estado de exaltación en que se hallaba. Más adelante ya se vería. Fuertes se había guardado, muy bien de decir a don Alejandro lo que pensaba acerca de tan delicado particular: al contrario, puso todo su empeño en convencerá su amigo de que estaba alarmado sin fundamento alguno. Tarea inútil: don Alejandro quedaba en sus trece y resuelto a poner de su parte todos los medios que considerara prudentes para combatir el mal como debía combatirle. ¿Qué medios eran ellos? No lo sabía aun con certeza; pero no tardaría en saberlo.

Al abrirse aquél, volvió a combatirle, desbordada, la prensa de oposición; probó, sin gran dificultad, que semejante operación era el síntoma más evidente de la bancarrota que amenazaba; cundió la desconfianza, y del primer tirón bajó el papel diez por ciento. ¿Cómo había de colocarse el resto?