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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Entonces era cuando realmente se mostraba la frialdad y ojeriza de la dama. Señora, Josefina no quiere ponerse el vestido verde. ¿Pues? Dice que está sucio. Amalia se levantó, fue al cuarto de la niña y, cogiéndola por un brazo y sacudiéndola rudamente, le dijo: ¿Qué orgullo es ése? ¿No sabes, muñeca, que en esta casa no eres nadie? ¿Que estás aquí por misericordia?
A todo esto la muñeca seguía en el suelo inmóvil también, pero sin mostrar en modo alguno sorpresa, pesar, terror, ni siquiera vergüenza de su situación poco decorosa. Me apresuré a levantarla, cogiéndola, si mal no recuerdo, por una pierna, y me informé minuciosamente de si había padecido alguna fractura u otra herida grave. No tenía más que leves contusiones.
Mirola con sorpresa, que se convirtió en estupefacción al ver que la dama avanzó con resolución hasta él, y sin decir palabra se dejó caer de rodillas a sus pies sollozando. ¡Señora... por Dios... levántese usted! dijo aturdido. La dama no se movió. Señora, levántese usted repitió de nuevo cogiéndola suavemente por un brazo.
Maltrana, cogiéndola del talle, la hablaba al oído, cosquilleándole una oreja con su aliento. Así o de otra manera, bien estaba. ¿Iban a pasar la tarde sudando y haciendo fuerza como gallegos? La pobre cama tenía derecho a quejarse con tantos arrastres y vueltas. Había que dejarla quieta... hacerla los honores de la nueva instalación...
Dicho lo que antecede, se limpió las lágrimas con mano temblorosa, y pensó en tomar las resoluciones de orden práctico que las circunstancias exigían. «Dirnos, dirnos replicó Almudena cogiéndola del brazo. ¿A dónde? dijo Nina con aturdimiento . ¡Ah! lo primero a casa de D. Romualdo». Y al pronunciar este nombre se quedó un instante lela, enteramente idiota. «R'maldo mentira declaró el ciego.
Al ver que las dos mujeres, después de atizarse un par de tintas, miraban burlonas al ciego y a Benina, esta tuvo miedo y quiso retirarse. «Dir tú no, Amri. Quedar migo le dijo el ciego cogiéndola de un brazo. Temo que armen bronca estas indinas... Acá vienen ya». Aproximáronse las tales, y pudo la Benina ver y examinar a su gusto el rostro de Pedra, de una hermosura desapacible y que despedía.
Herminia se disponía á poner el pie en el estribo; pero el tutor de Mauricio, cogiéndola por el talle, la atrajo hacia sí y con emoción que se comunicó á la joven, dijo: Ahora que está usted libre, niña querida, abracémonos. Se volvió después hacia Bobart, y, con voz muy tranquila, añadió: Adiós, Bobart; estoy tan contento, que olvido todas sus canalladas.
Al despertar, veía frente a sí el rostro pálido y dulce de su cuñada, con los ojos muy abiertos, mirando con fijeza al vacío. ¿En qué piensas, Huesitos? le preguntaba restregando los suyos. La joven salía de su éxtasis estremeciéndose, y sonreía bondadosamente. No lo sé yo misma... En nada. ¿No tienes algún quebradero de cabeza? le dijo una noche levantándose y cogiéndola afectuosamente la barba.
Y cogiéndola del brazo dobló con ella de nuevo la esquina de la calle de Serrano; entonces, ciega de ira la dama, parada en la acera, cual si la rabia la hubiese allí enclavado, comenzó a arrojar por la boca todos los sentimientos de su corazón mezclados y confundidos, pero bajo la forma siempre del insulto, a la manera que lanza un volcán todas las materias contenidas en su seno, formando un solo cuerpo, un solo torrente de lava que tala y destruye por dondequiera que pasa... Esforzábase en vano Jacobo por probarle su inocencia; ella no le dejaba hablar, y con sus flacas manecitas habíale deshecho el embozo, levantando hasta el rostro de él las uñas, como si quisiera arrancarle los ojos.
¿De veras, cielo? preguntó Celesto cogiéndola al mismo tiempo por la barba y clavándole sus ojos claros de besugo, encendidos por una chispa amorosa. Andrés consideró que debía salir a ver cómo andaban los caballos. No se habían movido del sitio; tranquilos, cabizbajos, abstraídos.
Palabra del Dia
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