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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Pero de estos «señoritos góticos» como dicen en España, ¿qué apoyo puede esperar una mujer? Entre las niñas que asistían a la fiesta estaba Inés, hija de mi excelente amiga Clotilde, cuya situación económica es bastante precaria. Inés ha recibido una educación esmerada y es, además, muy inteligente y muy espiritual. Yo siento por ésta interesante y bella criatura hondo afecto.
Si Clotilde respiraba fuerte o se movía, haciendo crujir levemente sus ropas, Julia, alzando súbito la cabeza, quedábase mirándola, con las pupilas incendiadas por un relampaguear indefinible y extraño, tan extraño, que nadie hubiese podido decir si era expresión de odio o muestra de terror.
En fin, que el manuscrito fue ganando por momentos terreno en el corazón de nuestra simpática amiga, y que el joven se despidió de ella, embargado por la emoción, hasta el día siguiente. Al día siguiente Clotilde se presentó al empresario y le arrancó, mediante la amenaza de rescindir el contrato, la promesa de llevar a la escena lo más pronto posible el drama de Inocencio.
Deben ustedes saber que a las mujeres les gusta mucho ejercer protectorados, muy singularmente sobre los jóvenes simpáticos y elegantes; así que no les sorprenderá que Clotilde escuchase con paciencia el drama y hasta lo hallase muy aceptable.
Ignoro la influencia que pueda yo ejercer en esto sobre ella. Y diga usted, misia Melchora: si Clotilde, a viva fuerza, quieras que no quieras, obligara a su hija a casarse, ¿usted aceptaría para su nieto un matrimonio así formado? Todo, menos un campanazo; todo, menos que mi nieto, un Nuez vana, quede desairado y en ridículo.
Parece muy satisfecha con escuchar solamente, girando sin cesar sus ojos serenos de uno a otro interlocutor y sonriendo a menudo cuando se dirigen a ella. Al llegar a cierto punto, se oye la voz del traspunte. Señorita Clotilde, cuando V. guste... Vamos allá dice levantándose.
La señorita Clotilde y su marido tienen el bajo, que es independiente; doña Carmen, Julia y yo, el principal. En Madrid ellas dos apenas se veían. Por eso han sido aquí los rozamientos, en cuanto se han acercado. Además, ella quiso meterse monja... ponerse de institutriz... ¿cómo había de permitirlo la señora? Todo está explicado. ¡Claro! Aquí han sido los disgustos gordos.
Las primeras escenas fueron como siempre recibidas con indiferencia; las segundas con algún agrado; la versificación era fluida y elegante, y el público, como ustedes saben, se paga de las frasecillas de bombonera. Llegó el momento de entrar Clotilde en las tablas y hubo en el público un murmullo de curiosidad y expectación.
Realmente aquello era un engaño, sólo posible con una persona ignorante en cosas de medicina; mas la situación de Julia no dejaba por eso de ser tremenda. La casualidad, acaso la Providencia, ponía en sus manos la existencia de Clotilde.
No puedo remediarlo, contestaba Clotilde, estoy hablando y pienso al mismo tiempo en que eres tú el autor y me imagino que no va a gustar el drama y me asusto. Inocencio se desesperaba; dirigíale ruegos, advertencias, argumentos, la acariciaba, sin tener en cuenta que le veían: trataba de infundirle valor, excitando su amor propio de artista; en fin, hacía todo lo imaginable para salvar su obra.
Palabra del Dia
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