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Actualizado: 10 de julio de 2025
Seguramente la venerable hechicera había oído también el grito del Sr. Dimmesdale y creyó que era, con la multitud de sus ecos y repercusiones, el clamor de los demonios y de las brujas nocturnas con quienes, como es sabido, tenía la costumbre de hacer excursiones á la selva.
Envolvió las cuartillas lentamente, las metió en el bolsillo y acercando la boca al oído de Tristán y haciendo una serie prodigiosa de muecas pronunció estas palabras memorables: Este artículo saldrá en el correo de esta noche, y pasado mañana o a todo más el sábado se publicará en El Clamor de Alicante. El sábado, pues, ya podrás caminar por la calle con la cabeza bien levantada.
En la Iglesia de San Pedro se celebraban las exequias de Marcilla; y el lúgubre clamor de las campanas anunció a Teruel la hora del funeral aparato: hombres y mugeres de distintas edades acudieron a la casa del difunto, así como los eclesiásticos de San Pedro y de las demás parroquias: el entierro marchaba en esta forma: iban delante los soldados en orden de batalla, detrás cuatro capellanes llevaban en hombros el cuerpo de Marcilla; seguían los oficios con hachas encendidas, los capuces, las gramallas de los deudos y amigos; y en pos de todos una pequeña escolta y casi todo el pueblo de Teruel.
Después de haberme hecho a mí mismo estas preguntas y considerado los fundamentos del clamor público y de la opinión sobresaltada ante la imagen del vicio y la inmoralidad crecientes, puedo decir que ese movimiento de la opinión es consolador, es síntoma de mejoramiento, de progreso de la moral general.
Un vocerío en la calle, un clamor áspero y bronco, que hizo retemblar las vidrieras, desgarró su visión. ¿Qué es esto? exclamaron algunos. Ramiro, que se hallaba próximo a una de las ventanas, se puso en pie, abrió las maderas y miró. Un grupo de villanos avanzaba hacia el solar cruzando la plazuela.
Y de pronto, como cuerpo muerto que un obstáculo fortuito ha detenido en su caída y rueda al abismo así que la valla cede y se rompe, las vitalicias se vinieron abajo estrepitosamente, dando rebotes sobre los puntos; y el oro alzó el vuelo y se plantó en el 350, sacudiendo sus alas orgullosas. Un clamor terrible se oyó, prolongado, ensordecedor.
Dentro del marco de las iluminadas ventanas se veían agitarse figuras negras que gesticulaban animadamente, y detrás de ellas medio se columbraba una mesa servida con copas, botellas y dulces. A veces se dibujaba sobre el fondo de luz la silueta de una mano que alzaba una copa, y el clamor que seguía al brindis era delatado por el retemblido de los cristales.
22 También dije entonces al pueblo: Cada uno con su criado se quede dentro de Jerusalén, y hágannos de noche centinela, y de día a la obra. 1 Entonces fue grande el clamor del pueblo y de sus mujeres contra los judíos sus hermanos. 6 Y me enojé en gran manera cuando oí su clamor y estas palabras.
A pesar de la muerte, su conciencia permanece adherida a los fríos despojos de su cuerpo. El clamor confuso de la calle, propagándose en sorda vibración hasta la estrecha cavidad de la tumba, impide en ella todo sueño de paz.
Si los tiempos divinos en que las almas jóvenes daban modelos para los dialoguistas radiantes de Platón sólo fueron posibles en una breve primavera del mundo; si es fuerza «no pensar en los dioses», como aconseja la Forquias del segundo «Fausto» al coro de cautivas, ¿no nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentido ideal, un grande entusiasmo; en las que sea un poder el sentimiento; en las que una vigorosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda? ¿Será de nuevo la juventud una realidad de la vida colectiva, como lo es de la vida individual?
Palabra del Dia
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