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Así como los cisnes del estanque reciben sus emolumentos para despertar en los indígenas ideas bucólicas y sentimientos pastoriles, las alimañas de la Casa de fieras han venido adrede de los desiertos de África para infundir en la clase de tropa la ferocidad que suele perder en el trato íntimo de criadas y costureras.

Las riquezas os dexo en esperanza, Pero no en posesion, premio seguro Que al reyno aspira de la inmensa holganza. Por la belleza deste monte os juro, Que quisiera al mas minimo entregalle Un privilegio de cien mil de juro. Mas no produce minas este valle, Aguas , salutiferas y buenas, Y monas que de cisnes tienen talle.

Mas, ¿dónde hallar en la democrática ciudad de Buenos Aires una princesa pálida y triste, para estudiarla? ¿Dónde el albatros volando sobre embravecidas olas? ¿Dónde el gótico cementerio y el campo de asfodelos, iris blancos y los lises rojos?... Sólo cisnes en un lago verdinegro, eso si podía observar a gusto, en la estancia de su padrino, por ejemplo... ¡Eureka!

En la vida monótona de aquellas pampas la tremenda noticia circuló bien pronto. ¡El ahijado del patrón se comería esa noche, como quien se bebe un vaso de agua, cuatro cisnes y un ganso viejo! Había que ir a verlo comer, esa era la palabra de orden en la estancia y sus alrededores. Llegada la hora, el infeliz Juanillo fue a sentarse, como de costumbre, solo ante la mesa de los amos.

En la estancia de Pehuajó, Juanillo se pasó días enteros observando las dos parejas de domésticos cisnes que poblaban, con varios gansos, un diminuto estanque bordeado de llorones sauces. Como siempre les llevaba migas de pan en el bolsillo, los cisnes, y hasta los gansos, llegaron a conocerlo y a seguirlo.

Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo ordenó terminantemente: ¡Esta noche quiero que me sirvan, muy bien asados, los cuatro cisnes y el ganso! ¿Comprenden? ¡No admitiré disculpas! Y se retiró majestuosamente, ante un público boquiabierto y aterrorizado...

Viose cubierto de riquísimos paños, con las manos aprisionadas en guantes olorosos y arrastrado en coche, del cual tiraban cisnes, que no caballos, y llamado por reyes o solicitado de reinas, por honestas damas requerido, alabado de magnates y llevado en triunfo por los pueblos todos de la tierra. Entre dos cestas La Nela cerró sus conchas para estar más sola.

Cuando te siente postrado Entre tus ramas suspira, Y cual armónica lira Lanza tu tronco humillado Ecos de tierno dolor. Al lucir el alba pura, En la Pampa ya no brillas, Y tus hojas amarillas Rodando por la llanura Van á perderse en el mar. Los cisnes de la rivera Que visten plumas de nieve, Meciéndose en la onda leve Siguen tu traza lijera Por las ondas de cristal!

Bien sabía, naturalmente, que los cisnes no cantan al morir; pero pensaba, con mucha razón, que toda leyenda responde a sus causas... El cisne, aunque no cantase, podía tener su agonía especial, su estertor, sus actitudes plásticas... Todo ello, visto y analizado personalmente, iba a sugerirle interesantes ideas poéticas.

A la derecha, hay unos cisnes sumergiéndose en el agua; a la izquierda, una barca con dos jóvenes campesinos. Lo he comprado por la delicadeza del colorido tan sólo... Al señor Duque le gustan por lo visto los buenos cuadros dijo don Rufo plegando la boca hasta las orejas para sonreir. ¿Y a quién no le gustan? respondió el magnate clavando en él sus ojos muertos de besugo.