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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Nunca le había parecido tan grande y majestuoso su parque como en este atardecer de verano; nunca tan blancos los cisnes que se deslizaban, dobles por el reflejo, sobre las aguas muertas; nunca tan señorial el edificio, cuya imagen repetía invertida el verde espejo de los fosos.

¿Dice usted que no se comen los cisnes, don José? preguntó triunfalmente. ¡Pues que se comen, y muy ricos que son! ¿Para qué los hubiera matado sino para comerlos? En la estupefacción general, observó la voz agria de la mayordoma: Usted dirá los pichones de ganso; pero los cisnes, los cisnes... ¡No digo los pichones de ganso, digo los cisnes, señora! afirmó Juanillo dignamente.

Y en el arpa divina de Darío, ruido de encajes y frufús de seda, música de cinceles sobre el mármol y murmurio de risas y de gemas, canción de cisnes sobre el quieto estanque al paso de las "púberes canéforas", arpegio de violines cortesanos y vibración de cítaras helenas.

A los disparos acudió gente: el mayordomo, su mujer, sus nueve hijos, el capataz, la cocinera, varios peones... Todos contemplaban consternados los cinco cadáveres inocentes... ¡Pero, don Juan! exclamó el mayordomo sin poderse contener. ¡Ha matado usted todos los cisnes!... Y un ganso viejo apuntó la cocinera.

No sólo sabía figurar montañas vomitando fuego y temblores de tierra; á la mar con navíos que lo cruzaban en distintas direcciones; palacios de la más rica y artística arquitectura; el Olimpo con la asamblea de los dioses en su cima, y el Tártaro con los condenados allá en lo hondo, todo ello de una manera maravillosa, sino castillos, que aparecían de repente con la vara mágica; á Faetonte dirigiendo el carro del sol, y precipitándose luego en el abismo; á Perseo, que cabalga por los aires montado en el pegaso; á Venus, atravesando el cielo en un carro de nubes, tirado por cisnes, etc.

Pensaba la niña irse de paseo, ansiosa de ver jardines, arboledas, carruajes, gente elegante, y su peinadora le dijo que se fuera al Retiro, donde vería estas cosas, y todas las fieras del mundo, y además cisnes, que son, una comparanza, gansos de pescuezo largo.

Experimentaría los cisnes y después escribiría sobre ellos, exclusivamente sobre ellos, su cuento-poema. ¿No le había dicho del Laurel que, al fin y al cabo, al mismo tiempo no se necesitaban todos los «ingredientes» preconizados por Aristarco? Para una composición única, ¡bastaban y hasta sobraban los cisnes!

Los dignos brutos están todos enjaezados con hermosas libreas en sus magnificas é interminables cuadras, y parecen enorgullecerse al recibir las visitas de tantos extranjeros, ya pateando con garbosa satisfaccion, ya irguiendo sus lustrosos cuellos y sus abundantes y crespas colas, como cisnes terrestres.

Y para alejar las visiones de muerte fijas en su pensamiento, siguió con los ojos la marcha de los cisnes, ofreciéndoles pedazos de pan que les hacían torcer el curso de su natación lenta y majestuosa. El conserje y su familia pasaban el puente con frecuentes entradas y salidas.

¡Si los cisnes no se comen, don Juan, no se comen agregó el mayordomo. En el campo hubiera encontrado usted caza cuanta quisiera: patos, martinetas, perdices... Para Juanillo, que estaba como anonadado por su obra, esta última observación fue un rayo de luz...

Palabra del Dia

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