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Actualizado: 10 de julio de 2025


Una verja cerraba la columnata, y por entre sus hierros veíase todo el cementerio como un frondoso jardín. Los cipreses, esbeltos y elegantes, alineábanse a lo largo de las avenidas. En el espacio comprendido entre sus troncos agrupábanse altos rosales de hermosa vejez.

En medio de los patios había tazas de marmol muy estendidas y de poca altura, de la cual brotaba alegre surtidor de agua. A veces el centro del patio estaba terrizo, en forma de jardín, con sus bojes, mirtos y arrayanes, sus árboles frutales, sus cipreses y palmeras, jazmínes y granados y en el verano la odorífera albahaca.

Más allá de la ciudad veía Jaime con la imaginación monótonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre ellas, una población apretada de blancas construcciones, de ventanillas como bocas de horno, de losas que parecían cubrir entradas de cuevas. ¿Cuántos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. ¡Ay!

Eran las bocas de las calles en pendiente, que se remontaban colina arriba, á través de los barrios griegos, mahometanos é israelitas, basta llegar á una meseta cubierta de altos edificios entre las agujas obscuras de los cipreses. La diversidad religiosa del Mediterráneo oriental erizaba á Salónica de cúpulas y torres.

Lo verá que se hace humo o que se hace aire.... Abre la ventana Don Juan Manuel, y el viento entra en la estancia con un aleteo tempestuoso que todo lo toca y lo estremece. Los relámpagos alumbran la plaza desierta, los cipreses que cabecean desesperados, y la figura de un marinero con sudeste y traje de aguas, que alza el aldabón de la puerta.

Al penetrar con el pensamiento en alguna de aquellas casitas, ocultas casi todas entre palmeras y cipreses; como un nido está oculto entre las hojas de los árboles: al pasar con la imaginacion el umbral de aquella morada bendita, nos parece ver á un hombre sencillo y risueño, que trabaja cerca de la lumbre; á su lado, tranquila y satisfecha, hila su mujer; más allá, una jóven fresca y hermosa mece la cuna en donde duerme un niño, hermano suyo.

Era un lugar sombrío, aunque le faltasen los lánguidos sauces y cipreses que tan bien acompañan con sus actitudes teatrales y majestuosas la solemnidad de los camposantos.

La capilla de San Antonio, el «santuario», como la llaman los viejos villaverdinos, es una iglesita de estilo churrigueresco, muy bien dispuesta y situada en lo más alto de una loma desde la cual se domina toda la ciudad. El cementerio está acotado con una verja que tiene sendas puertas en los tres lados. Cuatro añosos cipreses dan al sitio un aspecto fúnebre, verdadero aspecto de cementerio.

Hacia el fondo, en la lejanía del paisaje, visto a trozos entre grupos de troncos, la niebla, aún no disipada por el sol pálido y débil, formaba un tenue velo gris, sobre el cual destacaban los intrincados arabescos del ramaje seco, los cipreses, cuyo vértice mecía el aire, y las apretadas copas de los pinos.

Maltrana, siempre que veía de lejos este cementerio, destacando en el cielo las techumbres redondas de sus pabellones, las columnatas y la helénica vegetación de sus esbeltos cipreses, pensaba en una acrópolis clásica de aquellas que eran fortaleza, santuario y paseo a un tiempo. La dulce calma, cortada por el rumor del follaje y el piar lento de los pájaros, disipó la inquietud de Feli.

Palabra del Dia

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