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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Ante la suspensión de mi mente, Inés agrega con verba rápida: ¿No recuerda usted que, al irme, la dije que había un ciprés que me perseguía y que...? ¡Sí, hijita! ¿Cómo no? Ahora caigo. Estaba trascordada. Me había olvidado, porque creí que era una broma tuya. Sí, sí... broma... no está mala broma. Bromazo ha resultado. Pero... vamos a ver: ¿Quién es el rey de los cipreses? ¿No lo sabe usted?...
Por algunos huecos del caserío se ven horizontes esteparios y luminosos, tapias de cementerios coronadas de cipreses, esbeltas chimeneas de fábricas como palmeras sin ramas, grandes extensiones de terreno mal sembrado para pasto de las burras de leche y de las cabras.
Los peñascos azulados o rojos asomando sus cabezas a los lados del camino; pinos y cipreses saliendo de sus hendiduras, extendiendo sobre la yerma tierra sus raíces tortuosas y negras como enormes serpientes; a trechos, blancas pilastras con tejadillo, y en el centro, ocupando un hueco, azulejos con los sufrimientos de Jesús en la calle de Amargura.
Las cumbres de las colinas inmediatas al río estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos edificios blancos surgían agudos grupos de cipreses. Y en el lado opuesto de la gran urbe existían igualmente otros campamentos de silencio y olvido. La ciudad vivía entre un apretado cordón de fuertes de la Nada.
Te diré más todavía: en mi opinión no habrán llegado al colmo de su felicidad mientras no dejen de hablar eso mismo poco que hablan, aunque no es gran cosa, y semeja sólo el suave e interrumpido murmullo de viento cuando silba por entre las ramas de los cipreses de un vasto cementerio; entonces gozarán de la paz del sepulcro, que es la paz de las paces.
El corro de las brujas deja caer en el fondo de la corriente, la piedra que todas en un remolino llevaban por el aire, y huyen convertidas en murciélagos. El entierro se vuelve hacia la aldea y desaparece en una niebla. El Caballero, como si despertase de un sueño, se halla tendido en medio de la vereda. La luna ha trasmontado los cipreses del cementerio y los nimba de oro.
Y finalmente, por no ser molesto en esta descripcion, digo que es el mejor temperamento, y mas benévolo que se halla en toda la América, porque parece un segundo paraiso terrenal, segun la abundancia de sus arboledas, ya de cipreses, cedros, pinos de dos géneros; ya de naranjos, robles y palmas, y abundancia de diferentes frutas muy sabrosa: y es tierra tan sana que la gente muere de puro vieja, y no de enfermedades, porque el clima de aquella tierra no consiente achaque ninguno, por ser la tierra muy fresca, por la vecindad que tiene de las sierras nevadas.
Los cipreses agitaban su puntiagudo gorro verde como queriendo espantar las blancas mariposas que zumbaban sobre los romeros y las ortigas; los pinos extendían arriba su quitasol, proyectando manchas de sombra sobre el camino ardiente, en el cual, la tierra endurecida por el sol, crujía bajo los pies.
La vegetación era la misma da los paisajes griegos: laureles, cipreses y rosales, como en los idilios de los poetas helénicos.
Allí se alzaba una vasta reja de hierro, que dividía el patio grande, de otro largo y estrecho, en que continuaba la calle de cipreses, pareciendo entrar en ella con paso majestuoso, y formando una guardia de honor al magnífico portal de la iglesia, que se hallaba en el fondo de este segundo y estrecho patio.
Palabra del Dia
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