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Actualizado: 13 de junio de 2025
¡Ah, gaucho fino! decía el abuelo, orgulloso de estas hazañas . Toma cinco pesos para que le regales un pañuelo á una china. El viejo, en su creciente embrollamiento mental, no se daba cuenta exacta de la relación entre las pasiones y los años. Y el infantil jinete, al guardarse el dinero, se preguntaba qué china era aquella y por qué razón debía hacerle un regalo.
En cambio, ¿quién sobre el globo terráqueo, y aun sobre los otros globos que navegan por el espacio, compite con ellas en ponerse el rico mantón de la China floreado, anudándolo a la cintura por detrás? ¿Quién deja caer con más gracia, ni siquiera con tanta, los rizos del pelo por la frente en estudiado desgaire? ¿Quién se mueve con más garbo dentro de la giraldilla ni da con más elegancia un rempujón al señorito que se desmanda, diciendo al mismo tiempo entre risueña y enojada? «¿Cristiano, usted es tonto, o se hace? ¡Mire que se va a pinchar!» ¿Quién es capaz de cantar con más sentimiento y menos oído a la vuelta de una romería aquello de
Los judíos de Gibraltar le hacían crédito, y su alazán trotaba llevando a la grupa fardos de sedas y de vistosos pañolones de China.
La palma, la bonga, y la variedad de cocos con sus frondosos penachos, que al acariciarlos el viento cimbrean sus esbeltos y elevados troncos; la rima, el cajel, el naranjo y el limonero, con su exuberante vegetación, sus múltiples y verdes hojas, y sus olorosas emanaciones de azahar y nardo; el poético limoncito de China con sus abundantes frutos; el corpulento ifil, el tortuoso abgao verdadero sáuce de la India, el agoho, con sus pequeñas piñas armadas de afiladas púas, el productivo daog ó palo maría, el goya, la guayava y el ate, entrelazan sus hojas, sus frutos, sus flores, y su potente vida, con las olorosas y variadas enredaderas, con los intrincados laberintos de bacauam, con los desiguales y trepadores tallos de la silvestre pámpana, y con las esbeltas y flexibles ramas del jazmín blanco.
Es al Sur de la China, en la provincia de Cantón. Mas también hay una familia Ti-Chin-Fú más allá de la gran Muralla, casi en la frontera rusa, en el distrito de Ka-ó-li. Ambas perdieron el jefe y ambas están en la miseria. Por lo tanto, esperando sus nuevas órdenes, no retiré el dinero de casa de Tsing-Fó.
Entonces se recuerda con horror que en el acto de pasar la tromba, á la par que chupaba el agua, chupábase la embarcación, quería bebérsela, la mantenía suspendida en el aire y fuera del agua, abandonándola luego para que se sumiera en los profundos abismos. En China hánsela levantado templos y altares, se la hacen ofrendas, y dirígensela oraciones con ánimo de humanizarla.
Tenía agua corriente, y un gran patio, que mis tías habían convertido en hermoso jardín, donde se producían hermosas flores y magníficas frutas; naranjas de China, como almíbar de dulces; aguacates, muy afamados en Villaverde; chinenes, blancos como la leche y sin una hebra; jinicuiles riquísimos, anchos, aromáticos, carnudos; guayabas-manzanas deliciosas.
La Shele, muy joven e inocente; yo, un marino que venía de las soledades del mar de la China con gran deseo de vivir; nos vimos, y sucedió lo que no era raro que sucediera. No sé si mi madre sospechó lo que pasaba; si sospechó y se valió de una estratagema para alejarme, Dios se lo haya perdonado.
Era un velero de Brema y no iba a América. Se aproximaba a las costas del Brasil para tomar los vientos, ganando después el cabo de Buena Esperanza. Iba a la China a cargar arroz. El Goethe saludó con un bramido el pabellón enarbolado por el velero.
Comencé a pensar que Ti-Chin-Fú tendría, sin duda, una numerosa familia, nietos y biznietos, que, despojados de sus riquezas, mientras yo me comía lo suyo en vajilla de Sévres, con una pompa de Sultán perdulario, atravesarían en China todos los infiernos tradicionales de la miseria humana, los días sin arroz, el cuerpo sin agasajos, la hermosura negada, el suelo cenagoso de la calle por lecho.
Palabra del Dia
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