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Gallardo volvió un poco la cabeza para saludar a Plumitas, que permanecía sonriente, con la cara de luna asomada sobre los brazos y el chaquetón. ¡Por usté, camará!...

El torero, enardecido por el ímpetu con que le acometía la fiera, se olvidó de doña Sol y de todos, atento únicamente a esquivar sus ataques. Revolvíase furioso el toro, viendo que el hombre se deslizaba invulnerable entre sus cuernos, y volvía a caer sobre él, encontrándose siempre con la pantalla roja del chaquetón.

Zalacaín lo comprendió y se mostró indiferente y contempló sin turbarse al cura. Llevaba éste la boina negra inclinada sobre la frente, como si temiera que le mirasen a los ojos; gastaba barba ya ruda y crecida, el pelo corto, un pañuelo en el cuello, un chaquetón negro con todos los botones abrochados y un garrote entre las piernas.

Los andaluces iban afeitados, con ancho sombrero, chaquetilla de terciopelo color de vino y grandes tufos sobre las orejas. Los manchegos y castellanos usaban gorra de pelo, llevaban bigote recortado y chaquetón de paño pardo; únicamente su color, de un bronceado oriental, los distinguía de los paletos manchegos, cuyo traje imitaban.

Rosalía sintió secreto pavor al entrar en ella, y cuando Torquemada se le apareció, saliendo de entre aquellos trastos con un gorro turco y un chaquetón de paño de ala de mosca, le entraron ganas de llorar. «¿Y la familiale preguntó Torquemada al saludarla. No tiene novedad; gracias... replicó la dama sentándose en la silla que se le ofreció.

Aplicó el ojo al más cercano, que era bastante capaz, y lo que vio por allí, antes de reflexionar y de explicárselo, le llenó de susto. Imaginó que veía a Lucifer en persona, aunque vestido de campesino andaluz, con sombrero calañés, chaquetón, zahones y polainas.

Silencio y asombro del niño. ¿Es algún amigo tuyo? Es el chico de la vecina. ¡Ah! ¿Y quién te ha dado ese chaquetón que te llega a los pies? El tío Remigio. ¿Quién es el tío Remigio? Nuevo y mayor asombro del niño, que le mira con ojos estáticos. ¿Es algún hermano o pariente de tu madre? Es albañil. ¡Ah, es albañil! Y comprendiendo que no sacaría más en limpio, Miguel tomó otro rumbo.

Ella introdujo los dedos por bajo el vestido y desató un listoncillo de seda azul que le ceñía al pecho la limpia camisa. Tiró de él y la sacó de la jareta, calada y bordada, trabajo primoroso de su diestra mano. Cortó, por último, con las tijeras un buen pedazo del listoncillo y se lo puso a don Paco en el ojal del chaquetón, afirmándolo con una lazada.

Y don Fermín se despojó del chaquetón pardo, dejó el sombrero de anchas alas, desciñó el cinto negro, guardó todas estas prendas, más el cuchillo, en el armario y se vistió la sotana y el manteo, como una armadura. «, aquella era su loriga, aquéllos sus arreos». «Ahora mismo; voy a verle ahora mismo.

En todo el mundo no hay nada más que un Mistral, el que sorprendí yo el domingo último en su lugarejo, con el sombrero de fieltro de alas anchas en la oreja, sin chaleco, de chaquetón, con su roja faja catalana oprimiéndole los riñones, brillantes los ojos, con el fuego de la inspiración en las mejillas, hermoso con su dulce sonrisa, elegante como un pastor griego, y caminando ligero, con las manos en los bolsillos componiendo versos.