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Adviértelo en tu casa del modo menos estrepitoso que puedas, y hazme el favor de mandar que venga un cura para confesarme... y por si no tengo tiempo para advertírtelo después..., escúchame ahora unos instantes... A pesar de las sangrías espantosas hechas a mi bolsillo por tu madre, todavía os dejo una gran fortuna, como veréis por el testamento cerrado, cuya copia hallaréis en mi pupitre.

Verdad es, que, después de la gloriosa conquista de Granada, se había cerrado la senda abierta en su país al espíritu guerrero; pero también lo es que al mismo tiempo se presentaba fuera de él nuevo y más anchuroso campo.

Me incliné hacia ella y pregunté: ¿Qué tienes, hermana querida? Desearía ser útil para algo en este mundo dijo, con un suspiro. Y con este pensamiento, se durmió. Había cerrado ya la noche cuando Roberto penetró sigilosamente en la habitación.

El Casino, que es como si dijéramos todo San Sebastián, ha cerrado ya sus puertas. No queda ni un solo establecimiento abierto. Los serenos, únicos transeúntes de la ciudad, marcan lentamente sus pasos en el silencio profundo. San Sebastián duerme. Desde mi balcón, sin embargo, en el hotel de enfrente, yo veo una ventana iluminada.

Sentados en el corredor contemplaban los viajeros la llegada de la noche y comentaban las incidencias del viaje, cuando de pronto dijo Ricardo con una espontaneidad que asombró gratamente a Melchor: ¡Voy a probar el piano! ¿No estará cerrado? Ha de tener la llave puesta, si no avisa y volviéndose a Lorenzo: ¡y qué bien toca Ricardo, eh?...

En otro aposento cerrado, dentro de otro aposento cerrado también, en un lugar en donde de nadie podían ser oídos, estaban mano á mano, sentados en una mesa, Juan Montiño y su supuesto tío. Sobre aquella mesa, en vez de manjares, había un cofre de hierro, como de pie y medio de largo, y un pie de alto y ancho. A pesar de que el tiempo no era caluroso, el cocinero mayor sudaba hilo á hilo.

¡De modo que ese hombre dijo doña Clara os ha dado padres y esposa! Sin quererlo y sin saberlo. ¡Cómo! dijo la duquesa . ¿Montiño no conoce esta carta? No, señora. ¿Pues no os la dió? ; , señora, pero dentro de un cofre cerrado. ¿Y no pudo haber abierto ese cofre?

Creo, Luis, que si no tuviese á mi mujer y mi hija, aquí me quedaría para siempre. Esta es la verdadera vida. La de fuera ya sabes lo que es: penas y maldiciones. Aresti le escuchaba silencioso, mirándolo fijamente, sin pestañear, como en presencia de un enfermo; de «un caso interesante». ¿Y qué es eso que llevas ahí? dijo de pronto, agarrando el libro que su primo conservaba cerrado en una mano.

Al levantar la cortina de una ventana, vió al otro lado de la verja un automóvil cerrado, con cruces rojas. La marquesina de cristales de la escalinata apenas le dejó distinguir á un grupo de hombres que subían cuidadosamente algo envuelto, como un mueble frágil. Su corazón dió un salto. ¡Mauricio!...

Y todo esto me afirma aún más en la creencia de que hay un secreto, un gran secreto, en ese camarote cerrado. Había que ver la indignación del mayordomo cuando nos pilló en vías de descubrirlo... Y no se descubrirá, hay que perder la esperanza. Ojeda pareció interrogarle con sus ojos al oír esto.