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Actualizado: 6 de noviembre de 2025
Llega, por fin, a cierto gabinete cerrado, que no es otro que el célebre cuarto de la condesa. Va a levantar el pestillo, como ha hecho en otros, pero se queda inmóvil al escuchar un rumor levísimo. Aplica el oído. ¡Son ellos!
Tampoco saludó, ni vió siquiera a don Mateo. El notario se levantó gravemente y le siguió. ¿Qué diablo significa esto? preguntó don Mateo a Sanjurjo, después que se hubo cerrado la puerta. Este hizo un vago ademán de desprecio levantando los hombros.
No abría un libro, el piano permanecía cerrado, su querida cartera no recibía ya sus impresiones, ni los extractos de sus poetas favoritos; había perdido su tendencia al entusiasmo y a conmoverse tiernamente, que tanto la había distinguido, y contraído la tan vulgar y detestable manía parisiense de la crítica perpetua.
El despacho siguió cerrado, y Casilda y Bernardino pasaron mucho tiempo sin hablarse.
Los sectarios de la religión de Ahura-Mazda creían, pues, a puño cerrado, que Parsondes debía contarse en el número de los veinte o treinta grandes profetas, precursores y continuadores de Zoroastro hasta la consumación de los siglos.
Nanín era el mismo niño grande, un poco más grande, un poco más moreno. Su mamá le había tenido cerrado aquellos dos años en una finca enorme, solitaria, de la provincia de Badajoz, sin salir más que una que otra vez a la capital en tiempo de ferias o cuando algún negocio lo requería.
Entraban nuevos clientes casi todos formando parejas así como iba cayendo el día. El camarero hizo pasar al comedor cerrado á unas mujeres pintarrajeadas y con grandes sombreros, seguidas de unos jóvenes. Por la puerta entreabierta salió un ruido de persecuciones, de choques y saltos, con brutales carcajadas y risas de sofocante cosquilleo.
Mira, maño, que no tengo más.» Y el trato quedó cerrado en un duro, un «napoleón», como se decía entonces, el único dinero con que llegué a Buenos Aires. ¡Y gracias que hubiese entrado con él!... Ustedes se acuerdan de cómo se desembarcaba en aquellos tiempos.
Y á la salida, los mismos hambrones que me habían aclamado se arrojaban contra los valientes de mi escolta, pretendiendo matarme, con repentino odio. Les había cerrado el lugar donde estaba sepultada su fortuna. Ya no podían volver al día siguiente á perder más dinero con la ilusión del desquite. Me llevaba su esperanza. Exacto dijo Novoa.
El joven no tuvo tiempo de abrir la boca para formular una pregunta; su tutor exclamó, apenas hubo cerrado la puerta: ¡Todo está aclarado! Ni siquiera ha leído las cartas, la pobre niña; se las entregó cerradas á su tía. ¡Cerradas!
Palabra del Dia
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