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Y esto parecerá algo pueril a los que no tienen patria ni hogar; pero como en este prólogo voy dejando hablar al corazón tanto o más que a la cabeza, no quiero ocultar el íntimo regocijo con que oigo sonar, cercado de alabanzas, el nombre de Pereda unido al nombre de su tierra, que es la mía.

30 Y Zebul asistente de la ciudad, oyendo las palabras de Gaal hijo de Ebed, se encendió su ira; 31 y envió sagazmente mensajeros a Abimelec, diciendo: He aquí que Gaal hijo de Ebed y sus hermanos han venido a Siquem, y he aquí, que han cercado la ciudad contra ti. 36 Y viendo Gaal el pueblo, dijo a Zebul: He allí pueblo que desciende de las cumbres de los montes.

15 Entonces el sacerdote Joiada mandó a los centuriones que gobernaban el ejército, y les dijo: Sacadla fuera del cercado del templo, y al que la siguiere, matadlo a cuchillo. (Porque el sacerdote dijo que no la matasen en el templo del SE

Dicen que una vez, habiendo caminado a gatas más allá de su corral o cercado de ramas de pino entrelazadas que rodeaban su cuna, se cayó de cabeza por encima del banquillo, en la tierra blanda, y permaneció con las encogidas piernas al aire, por lo menos, cinco minutos, con una gravedad y un estoicismo admirables, levantándolo sin una queja.

Cercóle en ella Laso con una crecida multitud, que inutilmente intentó romper á caballo en algunas ocasiones favorables que se le presentaron, para ponerse en fuga y huir del riesgo que por instantes iba creciendo: pero viendo eran inutiles sus esfuerzos para encontrar la salida, resolvió defenderse hasta el último extremo, favorecido de las puertas y ventanas de su casa, desde donde empezó á hacer fuego á la multitud que le tenia cercado, que correspondieron del mismo modo; durando la confusion hasta la media noche, en que muertos ya algunos, otros fatigados y sin fuerzas para continuar la defensa, lograron los rebeldes incendiar la casa, y volar el repuesto de pólvora que tenia acopiada para municionar aquella tropa, y caido un lienzo de pared, penetró al corral el indio Nicolas Martinez, y hallando á su corregidor aturdido en un rincon, se acercó á él y le degolló prontamente, y le bebió mucha parte de su sangre.

Los enfermos graves eran pocos, y como por razón de su estado se hallaban recluidos en sus habitaciones, no molestaban a los que querían divertirse; los cuartos eran limpios, la comida, si no muy delicada, abundante y sabrosa, las camas aceptables, el campo delicioso, y las excursiones salían baratas; de suerte que todo el mundo estaba contento, sin acordarse el bolsista de sus negocios, ni el empleado de su oficina, ni la mujer hacendosa de los quehaceres de su casa, ni mucho menos el estudiante de sus libros: las niñas en estado de merecer disfrutaban bastante libertad para dejarse galantear a sus anchas por los muchachos; y, según malas lenguas, de igual libertad se aprovechaban algunas casadas, si no para permitir que fuese invadido allí mismo el cercado ajeno, a lo menos para demostrar que no lo defenderían mucho cuando, de regreso en la corte, fuesen menor el peligro de la murmuración y las ocasiones más seguras.

Artemisa la del Casal, moza blanca y rubia, briosa y rozagante, con manteo cercado de velludo y capotillo mariñán, acaba de aparecer en el umbral de la antesala. Se la tiene por hija bastarda del Caballero. Trae de la mano a un niño de ojos picarescos, que se tambalea sobre los zuecos blancos, que muestran no haber pisado la tierra.

Pero la joven reflexionando, se limpia ceremoniosamente en el delantal las sucias manos de tierra y las tiende a través del cercado. ¡Bien venido sea usted, cuñado! El coge las manos que le ofrecen, pero guarda silencio. ¿Está usted acaso incomodado conmigo? pregunta ella lanzándole una mirada maliciosa.

Cuando la cosecha le pareció suficiente, volvimos en triunfo al pabellón; las fresas que quedaban fueron polvoreadas con azúcar, y después comidas por sus lindos y buenos dientes. ¡Ah, qué bien me sienta esto! dijo entonces la señorita Margarita, arrojando su sombrero sobre un banco y echándose de espaldas contra el cercado de olmedillas.

No salió el Rey por la puerta del templo, sino por la del atrio cercado de magnífico claustro, donde habían montado a caballo él y cuantos le acompañaban. Cuando la lucida cabalgata apareció ante el gran público, la admiración general dio muestras de en murmullos, exclamaciones y vítores. Aquello era verdaderamente espléndido: un derroche de sedas, randas, plumas, oro y pedrería.