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Actualizado: 15 de julio de 2025


Todos los que no estaban invitados á la fiesta y pretendían verla de lejos, apoyados en la alambrada, se consolaban de su preterición hablando contra la Torrebianca, sus amigos y su marido. Pasó Celinda á caballo, entre los grupos, lentamente y mirando con hostilidad el parque improvisado. Luego, para no oir los escandalosos comentarios de aquellas mujeres, se alejó hacia el pueblo.

Ocupaba un sillón en el hall de un hotel elegante de París, cerca del Arco de Triunfo. Frente á él estaba un matrimonio joven: Watson y Celinda. El paso de los años no había hecho mas que afirmar los rasgos fisonómicos de Ricardo, dando mayor estabilidad á su hermosura de atleta tranquilo. La antigua Flor de Río Negro tenía ahora una belleza estival de trato sazonado y dulce.

La saludó Moreno desde el otro lado de la puerta, y ella contestó á su saludo melancólicamente. Ahí la tiene usted dijo el padre ; parece otra. Cualquiera creería que está enferma. Son cosas de los pocos años. Sonrió Celinda con indolencia, haciendo un signo negativo al oir la suposición de su enfermedad.

Después dijo, imitando la voz grave del otro: Señor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompañado. El norteamericano, vencido por la cómica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabó por reir. Celinda rió también. Ya conoce usted mi carácter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer.

Podía representar para ella un deleite cruel el conocimiento de la abyección de la otra. Luego, Robledo se arrepintió de tal suposición. A Celinda, en plena felicidad, le repugnaba seguramente la venganza, y sólo le proporcionarían sus noticias la molestia de un mal recuerdo. «¿Para qué resucitar el pasado?... ¡Que la vida continúe

No es miseria ni avaricia decía Celinda á su esposo cuando le hablaba de Robledo, al que había estudiado con su fina observación de mujer ; es simplemente olvido y falta de necesidades. Los dos ingenieros salieron de su abstracción al oir de nuevo la voz de la joven.

También me dice que le han dado una condecoración y un día de estos lo presentarán al rey. He ahí un hombre dichoso. El recuerdo del lejano país ensombreció el rostro de Celinda. Piensa en su padre dijo Watson á su consocio . Es imposible hablar de la Presa sin que se ponga triste... ¿Qué culpa tenemos nosotros si el viejo no ha querido venir?

Empezó á dudar si los raptores de Celinda la habrían ocultado allí, ó estaría la joven en un escondite más difícil de descubrir, bajo la guarda de los otros dos cordilleranos. Al fin, cansado de una observación sin éxito, se deslizó por la colina de arena, viniendo á sentarse en el lugar donde Cachafaz había montado su caballo.

El gaucho no podía adivinar que sólo le quedaba un tiro, y creyendo que su intención era aproximarse cautelosamente para que resultasen más seguros sus disparos, siguió haciendo fuego. Además se servía de Celinda como de un escudo, colocándola ante su pecho.

Además, los que mandan en eso de las obras del río tienen unos anteojos muy largos que lo descubren todo de lejos... Celinda se ruborizó, al mismo tiempo que intentaba protestar. ¡Si me parece muy bien! siguió diciendo la mestiza . Ese don Ricardo es un buen mozo y excelente persona. Un gran marido para usted, si es que don Carlos, con el geniazo que Dios le ha dado, no se opone.

Palabra del Dia

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