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Actualizado: 15 de junio de 2025
Hizo retroceder con un empellón á Watson, y éste sólo se preocupó de Celinda, levantándola del suelo y llevándosela al otro lado de los matorrales más próximos. La joven, aturdida aún por su caída, se pasó las manos por los ojos, sin reconocer al norteamericano. Tenía varias desolladuras en los brazos y en el rostro que manaban sangre.
Watson, indeciso entre su timidez y el deseo de ver á Celinda, se había ido aproximando á la estancia; pero al llegar á cualquiera de las tranqueras que cerraban la cerca de alambres permanecía indeciso. ¿Cómo explicar su presencia dentro de la propiedad de Rojas, cuando Flor de Río Negro le había ordenado rencorosamente que no volviese más? La vista de una tranquera abierta le infundió ánimo.
Lo primero que pensó fué en la urgencia de buscar á Celinda para libertarla, sin considerar la enorme desproporción de fuerzas entre él y aquellos bandidos. Disponía de un auxiliar, el pequeño Cachafaz, conocedor del sitio donde guardaban oculta á la joven. Esto era lo importante. Recobrarla á mano armada corría de su cuenta.
Me temo que algo malo puede ocurrir á Celinda, y debemos ir allá cuanto antes. ¡Con tal que no lleguemos tarde!... Estas palabras y otras del ingeniero esparcieron la alarma después de los primeros momentos de estupefacción. Don Roque fué corriendo á su casa para armarse y montar á caballo.
De pronto ponía al galope su caballejo incansable, para sorprender á los peones que trabajaban en el otro extremo de su propiedad. Una mañana sintió impaciencia al ver que había pasado la hora habitual de la comida sin que Celinda volviese á la estancia. No temía por ella.
Empezaron á brillar luces en las casas, perforando con sus rojas punzadas la gasa violeta del crepúsculo. Celinda y su acompañante contemplaban el pueblo y el río silenciosamente, como si temieran cortar con sus voces la calma melancólica del ocaso. Váyase, señorita Rojas dijo él de pronto, repeliendo la dulce influencia del ambiente . Va á cerrar la noche y su estancia se halla lejos.
Los otros andan como avestruces detrás de la marquesa: el capitán, el italiano, el empleado del gobierno que lleva los papeles; ¡todos locos, y mirándose como perros!... Y el marido no ve nada; y ella se ríe de ellos y se divierte en hacerlos sufrir... Yo creo que ningún hombre de los que vienen á la casa le gusta. Celinda no parecía tranquilizarse con tales palabras.
Le pareció oir «Celinda» y «Flor de Río Negro». Poco después creyó que era esto un error de sus sentidos. «¿Qué tiene que ver se dijo mi antigua patroncita con los enredos de esta gente?» Avanzando su cabeza fuera de la esquina, alcanzaba á ver á Manos Duras y á la señora. El gaucho oía á ésta con movimientos de aprobación.
Joven, no la conozco dijo . Además, sospecho que existen entre nosotras grandes diferencias de categoría y educación, que nos impiden seguir hablando. Intentó apartarla para que le dejase libre el paso; pero Celinda, irritada por su aire despectivo, levantó el rebenque que llevaba en la diestra. ¡Ah, demonio con faldas!
Este regalo es de los que no se olvidan nunca, y corresponderé á él cuando lo considere oportuno. Soltó el brazo de Celinda, y como ésta parecía haber desahogado ya toda su cólera, lo dejó caer, quedando inmóvil y como avergonzada de su agresión. Aprovechó Elena este desaliento momentáneo para subir al cochecito, tocando en un hombro á su conductor.
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