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Actualizado: 15 de julio de 2025
Contemplaron con una visión interior el antiguo campamento de la Presa, que ahora se llamaba «Colonia Celinda», y los campos regados, fértiles y alegres, propiedad de los dos ingenieros, con árboles todavía no muy altos, pues los más antiguos sólo contaban nueve años de existencia.
Le escuchó Celinda con la indiferencia que muestra la juventud por los asuntos de dinero.
Watson había ido llevándose á Celinda más lejos, para que no presenciase esta lucha, pero al mismo tiempo procuraba no perder de vista al estanciero, por si le era necesario su auxilio. Al juntarse los dos hombres, condujeron á la joven hasta el lugar donde el ingeniero había dejado su caballo. No querían que Celinda viese al agonizante.
Moreno no se fijó en ella, pues sólo tenía ojos para vigilar el lejano grupo en que iba la marquesa. Ricardo Watson fingió no entender los gestos de Celinda, indicándole con sus ademanes que se veía obligado á seguir á los demás.
Yo le buscaré un machi que la ponga buena, niña, sacándole esa tristeza que le han dado los ayacuyás. ¡Pero que no lo sepa el patrón!... Celinda sonreía de los remedios propuestos por la madre de Cachafaz, y cuando se cansaba de permanecer encerrada en la estancia iba en busca de su caballo para correr el campo sin objeto. Ya no se vestía de muchacho.
Viéndose entre amigos que celebraban con gozosas demostraciones su liberación, Celinda volvió á recobrar su carácter ligero y animoso. Procuró ocultar su rostro para que Watson no viese más tiempo las desolladuras que lo desfiguraban; pero cuando de tarde en tarde volvía sus ojos á él, éstos tenían una expresión acariciante.
Sebastiana quiso quedarse en la estancia, al lado de Celinda, sin creer necesario para ello el permiso del patrón. El mismo don Carlos había rogado á Watson que se quedase también hasta el día siguiente, en que volvería él. Tengo que hacer una cosita urgente en la Presa. Deseo decir unas palabritas á cierta persona.
Después de estas palabras, dichas con el tono de una orden, hizo trotar á su caballo tierra adentro, por entre los ásperos matorrales, que se rompieron lanzando crujidos de leña seca. Inmediatamente, Celinda dejó de evolucionar á lo lejos, llegando á todo galope al encuentro de Ricardo.
Ella conocía la voluptuosidad del lujo; su marido podía sentir el mayor placer de los enamorados, mezcla de satisfacción y de orgullo, al regalar á Celinda todo lo que desease; ¡pero él!... Ni siquiera le gustaban las molicies inocentes que hacen más grata la vejez. Le había visitado la riqueza demasiado tarde, cuando no le quedaba tiempo para aprender á ser rico.
Se resistió Celinda á reconocer la posibilidad de un peligro para ella. Ni los hombres ni la noche podían inspirarle miedo. Pero al fin se despidió de Watson y puso su caballo al galope. Entró Ricardo en la Presa por un descampado que sus habitantes consideraban como la calle principal; aunque en esta población reciente, todas las vías resultaban principales á causa de su enorme amplitud.
Palabra del Dia
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