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Actualizado: 15 de octubre de 2025
Don Carlos estaba en su comedor tomando el décimo mate de la mañana. Celinda, con vestido femenino, ocupaba un sillón de junco y parecía entregada á melancólicos pensamientos. El mestizo entró gritando: Patrón, el comisario dice que vaya ahorita mismo al pueblo. Han tomado preso al que robó nuestra vaca.
Se detuvo en el lado opuesto de un grupo de sauces, donde encontró atado otro caballo con silla de hombre, el mismo que montaba en la mañana. Celinda, echando pie á tierra, se despojó de su traje femenil, apareciendo con pantalones, botas de montar, camisa y corbata varoniles. Sonreía de su desobediencia al «viejo», pues así llamaba ella á su padre, según costumbre del país.
Miró Watson su reloj con impaciencia. Son cerca de las siete, y hemos de vestirnos y comer antes de ir á la Opera... Cuando las mujeres se ponen á comprar trajes y sombreros, no acaban nunca. Celinda remedó la fingida indignación de su esposo con graciosos ademanes, y acabó por besarle, entrándose luego en la habitación inmediata para cambiar de vestido.
Pero antes de domirse vió el pueblo entero como lo había contemplado á la puesta del sol, desde una altura, en compañía de Celinda.
Celinda entró en la habitación con falda de amazona, dió un beso á su padre y saludó á don Roque. Aprovechando éste los breves momentos en que desapareció el estanciero para volver con una caja de cigarros, dijo á la joven, mirando maliciosamente su falda: Por el campo va usted vestida de otro modo. Sonrió Celinda, amenazándole después con un ademán gracioso para que guardara silencio.
Esta breve conversación fué en francés, y Celinda sólo pudo comprender algunas palabras; pero adivinó que la otra había dicho algo contra ella, é hizo una mueca de desprecio asomando su lengua entre los labios. Pasaron á continuación los jinetes del segundo grupo. El marqués saludó ceremoniosamente á la joven.
Y con el dedo fué señalando toda la línea del horizonte. Comprendió Watson que para el amigo Cachafaz, hijo del desierto, «ahorita mismo» significaba una hora, dos ó tal vez tres, y «ahí cerquita» algo así como un par de leguas. Pero necesitaba ver á Celinda, estaba resuelto á buscarla, y empezó á galopar por el campo, confiándose á su buena suerte.
Además, el caballo del gaucho llevaba á dos personas, y éste tenía necesidad de conservar sujeta á Celinda, al mismo tiempo que excitaba la marcha de su cabalgadura. Rojas podía dedicarse con mayor ligereza á la persecución, teniendo además libres sus dos brazos.
Celinda permanecía invisible, y él no osaba presentarse en la puerta de la casa, por miedo á que la hija de Rojas le recibiese hostilmente. Otra vez el pequeño Cachafaz apareció junto á las patas de su caballo, con una oportunidad providencial. Dile á la señorita Celinda si puedo entrar á saludarla.
Los hijos de Watson y de Celinda serían archimillonarios, no conociendo nunca la esclavitud del trabajo ni las angustias de la escasez de dinero, y al ser hombres vendrían á derrochar en París una parte de su herencia principesca, llamando la atención por sus despilfarros y sus brillantes cualidades de seres ociosos é inútiles.
Palabra del Dia
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