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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Pero a quien iban particularmente dirigidos los tiros era a don Benigno, el teniente párroco, director de las conciencias femeninas de Sarrió, y caudillo de todos aquellos combates librados contra el pecado. El párroco era un hombre apático, viejo ya, que pasaba la vida en una casita de campo que poseía cerca de la población, dejando de buen grado a su teniente el cuidado del rebaño místico.
En medio de la noche se levantarían para las faenas urgentes; aquellas llanuras serían un paraíso, y cada pobre tendría su casita, y los lagartos no irían arrastrando su lomo rugoso y polvoriento días y días sin tropezar con una vivienda humana. Rafael oponía reparos a los ensueños del viejo.
Desde allí dominábamos toda la ciudad, el puerto hasta la punta de la atalaya, y el mar. Veíamos, a lo lejos, las lanchas cuando entraban y salían, y por delante de nuestra casa pasaba la diligencia de Elguea, que se detenía en la fonda próxima. En el mirador central de esta casita nuestra, transcurrieron los primeros años de mi infancia.
Se tenía por dichoso siempre que no le faltase el tabaco y pudiera enviar su sueldo íntegro á la mujer y los hijos, que vivían allá en la Marina. Su ambición era la de todos los navegantes modestos: comprar un pedazo de tierra y hacerse labrador en su vejez. Los pilotos vascos soñaban con praderas y manzanos, una casita en una cumbre, y muchas vacas.
Únicamente trepando por la peligrosa pendiente de una montaña elevadísima y volviendo los ojos, pudiera verse bajo nuestros pies aquella casita baja y maciza que aparece como una piedra negra en un rincón del jardín. Su forma es cuadrangular y consta de un solo piso, con tres grandes ventanas en cada una de sus fachadas.
Despídete de mi boca de rosas, y de mis ojitos como las estrellas del cielo... Y luego has de hacer todo lo que yo te mande: volverte a Madrid, y vivir en tu casita como antes vivías. Si tú casar migo, sí... Si no casar, no. ¿Comes o no comes?
De pronto se sintió en el silencio y en las sombras de la desolada casita, ruido de hierros y maderas que crujían... unos pasos pesados y torpes que se acercaban... un formidable golpe contra la puerta...
Me interné más en los jardines, y me ví solo; no tenia más compañeros que las flores y el rumor indeciso de una leve brisa de verano, y me parecia que distaba de Paris muchas leguas. ¡Cuánto preferiria una gruta aquí al hotel de la calle Feydeau! ¡Cuánto más grata me seria esa casita que estoy viendo, cerca de la estátua del pintor Lessueur! Ahora me siento enfrente de la estátua.
Pensaba yo en los míos, en mi pobre casita, en las buenas ancianas cuyo recuerdo me era tan querido, y en Linilla, en mi dulce Linilla. No, señorita... murmuré sonriendo. A las veces se me va el pensamiento hacia Villaverde, en busca de los que me aman.... Y más allá... más allá... detrás de esas montañas que atraen las miradas de usted.
Dunstan Cass, al ponerse en marcha una mañana fría y húmeda, al paso tranquilo y mesurado de un cazador que tiene que ir a caballo al punto de reunión de una cacería, tenía que seguir el camino que, en su parte terminal, pasaba por el terreno sin cercar llamado la Cantera, en que se encontraba la casita antes la cabaña de un picapedrero que Silas Marner habitaba hacía quince años.
Palabra del Dia
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