Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 23 de octubre de 2025
Por la ancha ventana que iluminaba la habitación se distinguían a lo lejos, oscureciendo con sus enormes sombras la incierta luz crepuscular, los picos de la vecina sierra envueltos entre vapores débilmente violados y azules. En primer término, las tapias llenas de carteles de colores y las vallas de la estación dibujaban con líneas de intenso negro sus contornos.
Cada dos hombres llevaban entre ellos, lo mismo que si fuese un cartelón anunciador, una faja de papel impreso mucho más larga que alta. Todos estos carteles tenían una capa de grasa y de suciedad, en la que la vista microscópica de los pigmeos veía rebullir pequeñísimos monstruos del mundo microbiano.
Si Camaroncocido era rojo, él era moreno; aquel siendo de raza española no gastaba un pelo en la cara, él, indio, tenía perilla y bigotes blancos, largos y ralos. Su mirada era viva. Llamábanle Tío Quico y, como su amigo, vivía igualmente de la publicidad: pregonaba las funciones y pegaba los carteles de los teatros.
La decoración de la casa social tenía «carácter», como decía don José: altos zócalos de azulejos árabes, y en las paredes, de inmaculada nitidez, vistosos carteles anunciadores de antiguas corridas, cabezas disecadas de toros famosos por el número de caballos que mataron o por haber herido a un torero célebre, capotes de lujo y estoques regalados por ciertos espadas al «cortarse la coleta» retirándose de la profesión.
Los dos carros con jaulas en donde iban las fieras los colocaron dejando entre ellos un espacio que servía de puerta al circo, y encima y a los lados pusieron los saltimbanquis tres carteles pintarrajeados.
Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa que vivía pegada á su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando á su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato á la escuela unos muebles, pocos y viejos, que parecían haber corrido media España.
Ese gachó se lleva toas las parmas esta noche. Era el capitán Chivo, un gitano cantaor que había llegado por la mañana del mismísimo París, fiel a la disciplina militar, para ponerse al frente de sus soldados. Faltar a este llamamiento del deber era renunciar al título de capitán que ostentaba el Chivo en todos los carteles de los music-halls de París donde cantaba y bailaba con sus hijas.
No se limitaban á esto sus funciones: él pegaba carteles, complaciéndose sobremanera en vestir de colorines las esquinas de Madrid, coadyuvando de este modo á una de las grandes cosas de nuestro siglo, que es la publicidad.
Por fin, ha llegado la noche: merced a los anuncios de los periódicos y de los carteles, en los cuales se previene al público que si se tarda en los entreactos es porque hay que hacer, y que como la función es larga, no admite intermedio ni sainete; merced a estas inocentes estratagemas, se acaban los billetes al momento, y a la tarde están a dos, tres duros las lunetas.
Gracias á este escandaloso preliminar, la impaciencia de la gente se había excitado y desde la víspera, que fué cuando llegaron los artistas, solo se hablaba de ir á la primera funcion. Desde que aparecieron los carteles rojos anunciando Les Cloches de Corneville, los vencedores se aprestaron á celebrar la victoria.
Palabra del Dia
Otros Mirando