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Actualizado: 16 de julio de 2025
A su vista gritaba el populacho: ¡Muera Santos Pérez!, y él, meneando desdeñosamente la cabeza y paseando sus miradas por aquella multitud, murmuraba tan sólo estas palabras: «¡Tuviera aquí mi cuchillo!» Al bajar del carro que lo conducía a la cárcel, gritó repetidas veces: «¡Muera el tirano!»; y al encaminarse al patíbulo, su talla gigantesca, como la de Danton, dominaba la muchedumbre, y sus miradas se fijaban de vez en cuando en el cadalso como en un andamio de arquitectos.
El espectáculo comenzaba con un baile, en que tomaban parte las señoras más bellas. Bajo uno de los arcos se presentaba una carroza de cristal, en donde venía el río Tajo cercado de muchas ninfas y náyades. Un segundo carro traía al mes de Abril, y uncido á él venía el toro del Zodiaco.
Pusimos el hato en el carro de un Diego Monje; era una media camita y otra de cordeles con ruedas para meterla debajo de la otra mía y del mayordomo, que se llamaba Baranda, cinco colchones, ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro tapices, un cofre con ropa blanca, y las demás zarandajas de casa.
Mientras concluyes de vestirte voy á ver si falta aún algo. El duque bajó á obscuras y abrió la puerta. Entre la sombra vió un enorme coche de camino, y detrás un carro. La zaga del coche era un promontorio. ¿Qué es esto, Díaz? dijo. He concluído en menos de una hora.
Su dulce rostro resplandecía de contento, y sus grandes ojos azules brillaban como llenos de entusiasmo; hasta parecía que la joven hablaba en voz alta. Hullin prestó atención, pero precisamente en aquel momento pasaba un carro por la calle y no pudo oír nada. Entonces, tomando una resolución sin titubear, entró diciendo con voz fuerte: Luisa, ya estoy de vuelta.
¡Calla mujer! replicó la otra, mirando con inquietud al niño... Pero ¿quién ve con paciencia esto?... ¡Lástima de hijo para tal madre!... Desde el fin del mundo hubiera venido yo por ver recibir al mío su premio de gimnasia... ¡Anda con Dios, hijo! Eso indica que cuando seas grande sabrás tirar de un carro... ¡Con tal que me seas bueno!... ¿No es verdad, Calixto, vida mía?...
Sancho Panza se le inclinó con mucho comedimiento, y le besó entrambas las manos, porque la una no pudiera, por estar atadas entrambas. Luego tomaron la jaula en hombros aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de los bueyes. Capítulo XLVII. Del estraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos
El cardenal español, después de estas campañas que devolvían media Italia al Papado, era rico como un rey y fundaba en Bolonia el famoso Colegio Español. El Papa, conociendo sus rapiñas, quiso pedirle cuentas, y el altivo don Gil presentó un carro cargado de llaves y cerrojos. Son dijo con fiereza de las ciudades y castillos que gané para el Papado. He ahí mis cuentas.
El rey se presentó en un lujoso carro, tirado por cuatro caballos blancos y conducido por su propio hermano Rustán, que se ufanaba de ser hábil auriga.
¡Armar a nuestros enemigos! exclamó el general . Ese es su prurito. ¡Siempre los mismos! Queriendo irse a Madrid continuó Rafael , y sabiendo que la diligencia tenía el mal gusto de llevar escolta, se decidió a irse en el carro del correo. Todos mis argumentos para disuadirle fueron inútiles. Partió en efecto, y más allá de Córdoba, sus ardientes deseos se realizaron.
Palabra del Dia
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