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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Ya no hay salvación afirmó él quitándose los lentes y frotándose los ojos, cansados de tanto escribir . Estamos perdidos. ¿Eh?, ¿qué tal? ¿Tengo buenos abogados? dijo Guillermina recogiendo su papel.

Al verlo, todo cansancio desapareció de mi cuerpo; sentí como si una nueva oleada de sangre se hubiera esparcido en mis venas, y de un salto me levanté para ir a su encuentro. Procura descansar un poco dijo él, bajando hacia la mirada de sus ojos cansados, hinchados por las lágrimas. Vas a necesitar de todas tus fuerzas.

La multitud se mostraba sorda; quería que fuese todo propiedad de la «señorona», para de esta manera satisfacer su cólera sin escrúpulos. Y continuaba dando gritos, en los que se repetía la palabra infamante. De pronto, Robledo, que braceaba sobre su caballo dando órdenes inútiles, consiguió hacerse oir. Los asaltantes parecían cansados.

A eso llegan los pueblos que se cansan de defenderse: a halar como las bestias del carro de sus amos: y el amo va en el carro, colorado y gordo. Los anamitas están ahora cansados. A los pueblos pequeños les cuesta mucho trabajo vivir. El pueblo anamita se ha estado siempre defendiendo. Los vecinos fuertes, el chino y el siamés, lo han querido conquistar.

Cansados de esta vigilancia que degeneraba en persecución y se interponía entre ellos como infranqueable obstáculo, Casporras y Rabosas acabaron por no buscarse, y hasta se huían cuando la casualidad les ponía frente a frente. Tal fue su deseo de aislarse y no verse, que les pareció baja la pared que separaba sus corrales.

Así fué que en el verano pasado con mis cansados huesos en la histórica y hoy muerta ciudad de Alcalá del Río, en lugar de marcharme, como hubiera deseado, a veranear a la costa. Estaba yo en vísperas de contraer matrimonio, y aunque el sueldo que disfrutaba no era corto, no desperdiciaba medio alguno de hacer economías.

Entretanto el señor Domingo iba a reunirse con sus vendimiadores y se alejaba lentamente, la escopeta descargada, seguido de los perros cansados; mas apenas hubo dado algunos pasos en el sendero que conducía a sus viñas fuimos testigos de un encuentro que me encantó.

En Pasajes, tras de la monotonía fatigosa de las montañas reposaron al fin los ojos, viendo extenderse el mar azul, un tanto rizado, mientras los buques, fondeados en la bahía, se columpiaban con oscilación imperceptible, y una brisa marina, acre y salitrosa, estremecía las cortinillas de tafetán del coche, aventando el sudor de la frente de los cansados viajeros.

Venerables libros de piel con dorados suaves, infolios de blanco pergamino, se abrían al caer en el suelo, rompiéndose sus nervios, esparciendo una lluvia de páginas impresas ó manuscritas, de amarillentos grabados, como si soltasen la sangre y las entrañas, cansados de vivir. El escándalo de estas guerras de conquista atrajo la intervención de doña Cristina.

Cuando el abuelo supo aquella especie de venta púsose á llorar como un chiquillo. ¿Cómo? aquella nieta suya que él no dejaba ir al sol para que su cutis no se quemase, Julî la de los dedos finos y talones de color de rosa, ¿cómo? aquella joven, la más hermosa del barrio y quizás del pueblo, delante de cuyas ventanas muchos vanamente han pasado la noche tocando y cantando, ¿cómo? su única nieta, su única hija, la única alegría de sus cansados ojos, aquella que él soñaba vestida de cola, hablando el español y dándose aire con un abanico pintado como las hijas de los ricos, ¿aquella entrar á servir de criada para que la riñan y la reprendan, para echar á perder sus dedos, para que duerma en cualquiera parte y se levante de cualquiera manera?

Palabra del Dia

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