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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Iban pasando los cansados días del verano, que es en Madrid la estación de las tristezas, porque el sueño y el apetito escasean, la sociedad disminuye, y los que aquí se quedan parece que comen el pan de la emigración.

Bueno, bueno, iremos al bosque exclamó la Nela, batiendo palmas . Pero como no hay prisa, nos sentaremos cuando estemos cansados. Y que no es poco agradable aquel sitio donde está la fuente ¿sabes, Nela?, y donde hay unos troncos muy grandes, que parecen puestos allí para que nos sentemos nosotros, y donde se oyen cantar tantos, tantísimos pájaros, que es aquello la gloria.

Roger le miró hasta perderle de vista, y aun después de ponerse él mismo en camino se reía de todo corazón cada vez que recordaba la facha y los visajes del batanero de Léminton. El camino que seguía Roger era poco frecuentado, mas no tanto que el viandante dejase de encontrar de vez en cuando ya unos arrieros, ya un pobre pedigüeño, y otros viajeros tan cansados como él.

La lámpara esparcía su luz tenue y risueña, como si hubiera alumbrado una escena de las más alegres, y suavemente el viento soplaba, rozando las ventanas con una caricia. Abajo, el ruido parecía calmarse: se oían risas a intervalos cada vez más lejanos, el runrún de las voces se trasformaba en un murmullo uniforme y confuso. Los comensales estaban cansados, digerían.

Son estos Carerás de la misma lengua y nación que los Morotocos, con los cuales poco antes habían roto la paz por litigios y contiendas que tenían entre , y se habían seguido, de ambas partes, muchas muertes y ruinas, hasta que cansados de pelear y hacer guerra los Carerás enviaron mensajeros á los Morotocos para volver á su antigua amistad; pero contra todo el derecho de las gentes, dieron éstos inhumanamente la muerte á dichos mensajeros.

Bien se adivinaba viendo la turba de muchachos atrevidos y pegajosos que se iban colando en la barraca, y cansados de contemplar, hurgándose las narices, el cadáver de su compañero, salían á perseguirse por el camino inmediato ó á saltar las acequias.

Porque como el ejército, que poco habia salido de estos pueblos del Uruguay, caminase á paso lento contra el enemigo, porque no sucediese que estando los caballos cansados y tambien los soldados, no estuviese apto para acometer al enemigo, comenzó este á levantar en dicho salto un fuerte.

Cangapol hijo de Cacapol, fué perseguido y alcanzado; pero los españoles no se atrevieron á atacarle, aunque eran dos veces mas numerosos, porque ellos y sus caballos estaban de tal modo cansados, en una marcha de 40 leguas, sin tomar refresco alguno. Los moradores de Buenos Aires, teniendo aviso anticipado de este ataque, por los fugitivos, se vieron en la mas terrible consternacion.

No pudo oír replicar el soldado, pues María ya traspuso por entre las sombras de los árboles desde la primera palabra, y la blanca alcandora que vestía flotaba entre el verde obscuro de los ramos. María se acercaba hacia la aldea diligentemente, para ayudar con su brazo los cansados pasos de su tío en el subir el recuesto fatigoso que ya hemos apuntado.

Una mortal congoja le acometió pensando en esto, como si ya la decisión estuviese tomada, y para salir de ella tuvo que decirse: «Ya veremos, ya veremos... Ahora es muy difícil, casi imposible, volverse atrás... La madre ya lo sabe... Don Rosendo también... y Cecilia a estas horas acaso...» El ángel aflojó sus brazos, cansados ya, desprendió las manos y cayó al fin rendido.

Palabra del Dia

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