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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Resuelto así el negocio de una manera satisfactoria para Ester, ésta partió con su hija para su cabaña. Cuando descendían las escaleras, se cuenta que se abrió el postigo de la ventana de uno de los cuartos, asomándose el rostro de la Sra. Hibbins, la iracunda hermana del Gobernador, la misma que algunos años después fué ejecutada por bruja.

El sol había huido y el triste color del día era uniforme y sombrío como el de una mortaja. Aunque la cabaña estaba resguardada por la peña, la tempestad había arrebatado parte de su techo durante la noche.

Cuando llegó al cerrillo en cuya cumbre estaba la cabaña de Zaratustra, tuvo, como siempre, que espantar con pedradas y gritos a los perros del trapero. La abuela, al oír sus voces, salió de la cocina, fijando con extrañeza sus ojos pitañosos en el desconocido. Abuela, soy yo... Isidro.

Siglinda se estremece, «¿Quién ha entradoNadie, y sin embargo, un nuevo ser acaba de penetrar en la cabaña, abatiendo la puerta con su invisible rodillazo. Y Sigmundo, con la inspiración del amor, adivina quién es el recién llegado. «Es la Primavera que ríe en el aire en torno de tus cabellos. Se acabaron las tempestades; terminó la obscura soledad.

Aproximáronse, mudos, rechinando los dientes con franco propósito de morder, extendiendo sus zarpas hacia los pantalones. El joven cogió una piedra, llamando con fuertes gritos a Zaratustra y a la señora Eusebia. Sonó detrás de la cabaña un silbido y la vocecilla de Polo llamando a sus canes. Isidro pudo seguir adelante escoltado por el fiero grupo, que giraba en torno de él, oliéndole las ropas.

Este drama no pertenece a la escena, se encierra dentro del corazón; pero una lágrima, ya sea producida por la caída de un imperio o por el hundimiento de una cabaña, contiene siempre la misma cantidad de agua y de amargura... Cuando oímos hablar del alma de una persona, nos gusta conocer exteriormente la envoltura que la encierra.

Y Leila su palabra entrecortaba, y estremecida de placer gemia, y hambrienta la belleza contemplaba de Ataide, que en sus brazos la estrechaba y de ansiedad y amor desfallecia. ¡Sígueme! Ataide al fin con voz medrosa y trémula exclamó; de la montaña en el seno selvático, gozosa, correrá nuestra vida venturosa bajo el techo de paz de la cabaña.

Dunstan Cass, al ponerse en marcha una mañana fría y húmeda, al paso tranquilo y mesurado de un cazador que tiene que ir a caballo al punto de reunión de una cacería, tenía que seguir el camino que, en su parte terminal, pasaba por el terreno sin cercar llamado la Cantera, en que se encontraba la casita antes la cabaña de un picapedrero que Silas Marner habitaba hacía quince años.

La verdad es que he visto muy poco del mundo, buena mujer, respondió el joven. Tanto mejor para vos. Y ahora, aquí tenéis el hatillo para el bueno de Rampas y decidle que no se prisa por devolver esas ropas. Cuando buenamente pase por aquí cerca puede dejarlas en la cabaña. ¡Virgen Santa, cómo estáis cubierto de polvo! Bien se ve que en los conventos no hay mujer que os cuide.

Yo hubiera deseado pedir perdón a su alma por no haber estado junto a su cuerpo moribundo para consolarle con palabras de esperanza y recibir su último suspiro. «Estaba la puerta de la cabaña abierta, y una cabrita no hacía más que balar y entrar y salir, como si pidiera socorro para su viejo compañero.

Palabra del Dia

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