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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Pocos años después se presentaba en el teatro la Riquelme, bella joven, tan sensible por naturaleza, que, con admiración de todos, variaba de color, según el diálogo: si el asunto era alegre y fausto, su color era sonrosado, y si sobrevenía algo triste, se ponía en seguida pálida. En esto era tal, que nadie pudo imitarla. Hubo además otros cómicos que se distinguieron por sus notables dotes.
Llegó hasta á no disimular bastante y estando Bobart y su tía hablando cerca de la chimenea, Herminia rompió á reír sola de un modo tan repentino y tan poco justificado, que la señorita Guichard levantó los ojos con severidad y dijo agriamente: ¿Qué te pasa, hija mía? ¿Somos, acaso, Bobart y yo, más cómicos de lo que habíamos creído?
La descripción de este tierno idilio, que a mí, con ser machucho, me hacía bailar el corazón dentro del pecho, no producía en el autor novel más que una impertinente soñolencia que sólo desaparecía repentinamente cuando dirigía con voz imperiosa alguna advertencia a los cómicos. Llegó, por fin, el día del estreno.
Cuando se cansaban de imitar á los cómicos con ruidoso choque de espadas y caídas de muerte, Ulises y otros amantes de la acción proponían el juego de «ladrones y alguaciles». Los ladrones no podían ir vestidos con ricas telas, su uniforme debía ser modesto. Y revolvían unos montones de trapos de colores apagados que parecían arpilleras.
«¡Matarla! eso se decía pronto ¡pero matarla!... Bah, bah... los cómicos matan en seguida, los poetas también, porque no matan de veras... pero una persona honrada, un cristiano no mata así, de repente, sin morirse él de dolor, a las personas a quien vive unido con todos los lazos del cariño, de la costumbre.... Su Ana era como su hija.... Y él sentía su deshonra como la siente un padre, quería castigar, quería vengarse, pero matar era mucho.
Desde la Tiplona acá no se había visto jamás que unos cómicos permanecieran, por fas o por nefas, tanto tiempo en el pueblo. Casi se les tomaba por vecinos, y Julio y Gaetano ya discutían en el Casino, aunque con cierta discreción y medida, todas las candentes cuestiones de interés local.
Los teatros de la Cruz y del Príncipe eran, como antes, propiedad de las hermandades de Nuestra Señora de la Soledad y de la Pasión, que los cedían á las compañías de cómicos y percibían de los concurrentes cierta suma, como dueños de los teatros . Los productos se repartían entre los diversos hospitales de la capital.
Esta abundancia de compañías de cómicos, y algunos desórdenes, que fueron su consecuencia, llamaron en distintas ocasiones la atención del Gobierno hacia ellos, y se dictaron algunas medidas para disminuirlos; pero no fueron bastante enérgicas para combatir el mal que se perseguía, y las disposiciones aisladas, que se adoptaron con este objeto, cayeron pronto en desuso.
Al poco rato apareció Rosalía en Gasparini, y Milagros la vio ceñuda y risueña a un tiempo mismo, como cuando no podemos sustraernos a los efectos de uno de esos lances cómicos que suelen ocurrir en las ocasiones más tristes. «Vea usted qué gracia dijo Rosalía al oído de su amiga . Me ha dicho en el comedor, con mucho secreto, que le haga el favor de adelantarle otros cinco duros».
No oyen, ni ven ni entienden lo que pasa en el escenario; únicamente cuando los cómicos hacen mucho ruido, bien con armas de fuego, o con una de esas anagnórisis en que todos resultan padres e hijos de todos y enamorados de sus parientes más cercanos, con los consiguientes alaridos, sólo entonces vuelve la cabeza la buena dama de Vetusta, para ver si ha ocurrido allá dentro alguna catástrofe de verdad.
Palabra del Dia
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