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El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos azotaban el rostro. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, con lámparas y bujías. Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.

Margarita de Austria estaba sentada junto á la misma mesa donde su camarera mayor leía la noche anterior los Miedos y tentaciones de San Antón. Un candelabro de plata, cargado de bujías perfumadas, iluminaba de lleno el bello y pálido semblante de Margarita de Austria.

Levantóse entonces y comenzó a pasear, haciendo gestos de temor y de alegría, piruetas de niño y de loco, parándose ante el espejo como si quisiera interrogar a su propia imagen, deteniéndose ante el velador para coger las gotas de esperma que se deslizaban a lo largo de las bujías color de rosa, y estrujarlas entre los dedos haciendo bolitas con ademán reflexivo, imponente, amenazador...

Sólo yo podría hacer otro tanto; ¡qué día! ¡qué día, Señor! Después descansaréis dijo el bufón ; pero antes, concluyamos; encended, encended la luz. ¿Pues qué? ¿no hemos concluído? dijo el cocinero levantándose. Yo creo que no. Pues yo creo que dijo el cocinero mientras encendía una tras otra seis bujías que puso sobre los bufetes.

Gregoria se presentó de luto, sin azahares, y Bernardino con la misma levita que le prestaron para asistir al entierro de don Aquiles, y delante de los hermanos y de dos testigos, bajo la luz tristona de las bujías, leyó la epístola el cura y echóles la bendición, de prisa y corriendo. Esto fué todo.

No se había acostado, pero las bujías, casi consumidas y colocadas sobre su escritorio, ponían de manifiesto que había velado la mayor parte de la noche... La ventana que daba sobre el abismo estaba abierta... Sobre el alféizar veíase todavía la huella de un pie... Bajo la ventana, las rocas que formaban el precipicio estaban teñidas de sangre, lo que nos hizo a todos sospechar que las aguas impetuosas del torrente habían arrastrado su cuerpo.

Hubo un momento de silencio, y después prosiguió: Quédate . Estaban en el gabinete de la dama. Ella se despojaba de sus joyas frente al espejo de su tocador, alumbrado por dos bujías de color de rosa. El marido la veía retratada por el cristal de fondo misterioso y de sombras movedizas.

Quedó así clavado, siempre en su sillón, agitándolo extraños e indefinibles presentimientos... De las tres bujías que alumbraban la estancia, apagose una, ya consumida... Al disminuir la luz, Pablo dirigió una mirada a los retratos que colgaban en los muros, y vio que todos, hombres y mujeres, lo miraban y sonreían cariñosamente, como saludándolo.

Para templarla y producir una iluminación suave y normal, Clementina hacía colocar dos candelabros con numerosas bujías a los extremos de la mesa. Todas las señoras estaban más o menos descotadas: alguna, como Pepa Frías, escandalosamente. Los caballeros, de frac y corbata blanca. La conversación fué en los primeros momentos particular: cada cual hablaba con su vecino.

Con pasmosa serenidad y reposo, aunque harto previó las fatales consecuencias que podía tener aquel encuentro, Morsamor se adelantó hacia el personaje que había entrado y le dijo: Mucho lamento, señor Pedro Carvallo, pues la luz de las bujías os da de lleno en la cara y os he reconocido, que la casualidad nos reúna aquí donde y cuando los dos esperábamos encuentro más grato y suave.