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Y apoyó vigorosamente sus espuelas en los flancos del caballo que dio una violenta sacudida. Entonces el animal se enderezó bruscamente y dio un salto tan prodigioso, que los dos alguaciles rodaron por el suelo... ¿Que quién soy?... ¡soy el gitano, el bohemio, el maldito, el condenado, si usted lo prefiere, digno alcalde!

«Comprendo prosiguió el buen sacerdote enderezando su cuerpo y aproximando el sillón para tocar con su mano el brazo de Doña Francisca , comprendo su trastorno... No se pasa bruscamente del infortunio al bienestar, sin sentir una fuerte sacudida.

Cuatro horas después Nébel abría sin ruido la puerta del cuarto de Lidia. ¡Quién es! sonó de pronto la voz azorada. Soy yo murmuró Nébel en voz apenas sensible. Un movimiento de ropas, como el de una persona que se sienta bruscamente en la cama, siguió a sus palabras, y el silencio reinó de nuevo.

De súbito, se abrió bruscamente la puerta del gabinete, y apareció Arturo, con un aire de turbación que nunca había visto en él. Señorita le dijo con viveza, tenga usted la bondad de vestirse; vengo a buscarla para ir a las Tullerías. ¿Es posible? , hace un tiempo magnífico, un sol espléndido; todo París está allí.

Pensando de este modo, había llegado a la casa de su querida, y en el momento de poner la mano en el llamador, un hecho extraño cortó bruscamente el hilo de sus ideas. Antes de que llamara, se abrió la puerta, dando paso a un señor mayor, de muy buena presencia, el cual salió, saludando a Santa Cruz con una cortés inclinación de cabeza. La misma Fortunata le había abierto la puerta y le despedía.

Al llegar al corredor del primer piso oyó ruido en su cuarto cuya puerta había quedado sin cerrar. Intrigado por ello la empujó bruscamente y vio a la señora Miguelina ocupada en arreglar los muebles de la habitación.

Bruscamente, una modulación semejante a un hachazo variaba, con el tono, el número, el lenguaje, el sentido. Estrofa amorosa, impregnada de candor pastoril, aparecía luego, y después el festivo rondó, erizado de dificultades, con extravagancias de juglar y esfuerzos de gimnasta. Enmascarándose festivamente, agitaba cascabeles.

La condesa volviose bruscamente hacia ella y mirándola con su amable sonrisa de vieja: Casad a mi hijo díjola. ¡Ah! en cuanto a eso contestó alegremente la señora de Maurescamp , es una empresa de que no me siento capaz. ¿Por qué, pues? repuso en el mismo tono la condesa . Por el contrario, yo os considero capaz para todo. Juana abrió, sin contestarle, sus grandes ojos interrogadores.

Quien va a ir a la cárcel es esa chilló la agresora, frenética, revertida otra vez bruscamente a las condiciones de su origen, mujer del pueblo, con toda la pasión y la grosería que el trato social había disimulado en ella . Yo no he faltado... A que me han faltado... Esa bribona me ha engañado, nos ha engañado a las dos, porque somos dos las agraviadas, dos, y usted debe saberlo... Aquella es un ángel, yo otro ángel, digo, yo no... Pero hemos tenido un hijo; el hijo de la casa, y esta es una entrometida, fea, tiñosa y sin vergüenza que me la tiene que pagar, me la tiene que pagar.

Mientras vacilaba entre el pudor y la necesidad, la vieja sirvienta, aterrada, al parecer, por la mirada hambrienta que fijé sobre ella, cortó la cuestión, cerrando bruscamente la puerta. Entonces, tomé mi partido, resolviéndome á ayunar hasta el día siguiente.