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Actualizado: 16 de junio de 2025
La voz del condenado tronó, y toda la tripulación de la escampavía, que estaba arrodillada y como fascinada ante aquel extraño espectáculo, cayó de bruces contra el puente.
Y el operado no puede menos de admirar un estilo tan literario y tan metafórico, y da las tres cincuenta. Llámaseles funámbulos o equilibristas porque su vivir es una cuerda floja que se tiende a diario de un extremo a otro de la corte, en donde ellos ejercitan ejercicios muy peligrosos. Lo difícil está en que no se les vaya un pie y caigan de bruces sobre algún artículo del Código penal.
Al llegar a esta frase, el punto o vértice del delirio hízoles caer de bruces sobre la realidad la brusca entrada de Benina, que, concluidas sus faenas de fregado y arreglo de la cocina y comedor, se despedía. Cayó Ponte en la cuenta de que era la hora de ir a cumplir sus obligaciones en la casa donde trabajaba, y pidió licencia a la imperial dama para retirarse.
¡Pueblo de la Nueva Inglaterra! exclamó con una voz que se elevó por encima de todos los circunstantes, alta, solemne y majestuosa, pero que con todo era siempre algo trémula, y á veces semejaba un grito que surgía luchando desde un abismo insondable de remordimiento y de dolor, vosotros, continuó, que me habéis amado, vosotros, que me habéis creído santo, miradme aquí, mirad al más grande pecador del mundo. ¡Al fin, al fin estoy de pie en el lugar en que debía haber estado hace siete años: aquí, con esta mujer, cuyo brazo, más que la poca fuerza con que me he arrastrado hasta aquí, me sostiene en este terrible momento y me impide caer de bruces al suelo! ¡Ved ahí la letra escarlata que Ester lleva!
Entonces fué cuando Peñascales perdió la serenidad y se echó de bruces en el agitado mar de la política. Su situación no era para menos.
Un rumor triste, fatídico, que escuchó detrás de las paredes de su cuarto, le hizo levantar la cabeza y clavar los ojos atónitos en el vacío. Sí; no cabía duda; se la llevaban, se la llevaban. Don Mariano se arrojó de bruces sobre el sofá y hundió el rostro en los almohadones para reprimir los gritos. ¡Esposa mía! ¡Esposa de mi alma!... Te llevan..., te llevan para siempre... ¡Ay, qué horror!...
Pero a mí no se me encoge el ombligo murmuró en voz audible la duquesa, según subía las escaleras, par a par de un familiar de Su Ilustrísima, clérigo bisoño y doliente, el cual, oyendo esta expresión extraña y para él inexplicable, fué víctima de un ataque de turbación tan intenso, que tropezó en un peldaño y a poco cae de bruces.
Levantose bruscamente y sin decir nada cogió a Marta entre sus brazos con la misma facilidad que si fuese una cervatilla, y dando un prodigioso salto cayó de bruces sobre la peña vecina, lastimándose un poco en una mano. Marta quedó ilesa y contempló la herida del joven; después, sacando su fino pañuelo de batista, lo ató silenciosamente sobre ella y echó a andar con paso rápido.
Pero los hombres amamos, y el amor nos hace temblar por los que nos rodean: troncha nuestras energías, nos hace caer de bruces, cobardes y trémulos ante esa bruja, inventando mil mentiras, para consolarnos de sus crímenes. ¡Ay, si no amásemos!... ¡qué animal tan valeroso y temerario sería el hombre!
Luisa vio al amolador, distante unos treinta pasos, que alzaba los brazos en la obscuridad y caía de bruces a tierra. Frantz volvió a cargar el arma sonriendo de extraño modo. Hullin dijo: Camaradas: aquí tenéis a nuestra madre, la que nos ha dado la pólvora y la que nos ha mantenido para que defendamos la patria; aquí tenéis también a mi hija; ¡salvadlas!
Palabra del Dia
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